El complot de las palabras y los números

Verónica Vega

HAVANA TIMES – Luego del shock propinado por la combinación de cifras 3-4-9, a las que he dedicado más de un post, una reciente conversación sobre el proyecto de Constitución que se debate (?), a nivel nacional, me decidió a examinar esos otros números donde se cifra el destino de los cubanos.

Solo con el primer intento me di cuenta de que sumergirse en el documento reta a la lógica más elemental, y produce un efecto de cinetosis.

El Artículo 1, por ejemplo:

“Cuba es un Estado socialista de derecho, democrático, independiente y soberano, organizado por todos y para el bien de todos” (…).

Siento los primeros indicios de aturdimiento, de descolocación del espacio.

¿Si es socialista, en qué consiste su condición de democrática? Por si queda alguna duda, el Artículo 3 enfatiza:

“El socialismo y el sistema político establecidos por esta Constitución son irrevocables”.

Respiro hondo y consulto la Wikipedia:

“Democracia es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la sociedad. En sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.”

Hasta donde llego a discernir, la Constitución cubana sería más legítima que la sociedad, más legítima que el propio pueblo, como la Biblia o el Corán para sus devotos. Palabra irrefutable. Constitución fundamentalista.

Por supuesto, no el fundamentalismo que “surge como reacción cuando la sociedad moderna empieza a guiarse por leyes humanas y deja de lado las divinas”, sino en el sentido de la religión más ortodoxa.

O sea, este proyecto proclamado hasta en las vallas públicas, con la alarmante frase: “Mi voluntad, mi constitución”, no es siquiera moderno.

Ahora, voluntad es “la facultad de decidir y ordenar la propia conducta. Propiedad que se expresa de forma consciente en el ser humano y en otros animales para realizar algo con intención de un resultado”.

Voluntad es sinónimo de autonomía. ¿Cómo puede ser “mi voluntad” si no fui consultada?

Pero no hay que prejuiciarse con la propaganda, digo, publicidad. En el Artículo 1 se aclara que Cuba es una “república fundada en el trabajo, la dignidad y la ética de sus ciudadanos que tiene como objetivos esenciales el disfrute de la libertad política…” (¡!) “la equidad, la justicia, la igualdad social, la solidaridad, el humanismo, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva.”

Dignidad con salarios que obligan a delinquir, sin derecho a decir, el que desee, que no se considera “socialista”. Prosperidad que no vendrá de los salarios, sino de los “inventos”,  aunque seremos “éticos”. Equidad que no legaliza mi trabajo honesto como periodista, sino lo proscribe, igualdad social que no me da acceso a los centros de recreación para miembros del Minint o militares, ni a sus eficientes hospitales.

Sin embargo, ¡regocijémonos!, porque seremos “humanistas”. (Rasgos del humanismo son el reconocimiento de la razón humana, acabando con la Inquisición y el poderío de la Iglesia, y la búsqueda de una espiritualidad más humana, interior, más libre y directa y menos externa y material).

Otra vez el vértigo. Si pudiera, aspiraría un algodón mojado en alcohol, pero ambos están perdidos del mercado negro. Sigo leyendo del Artículo 3:

“La defensa de la Patria socialista es el más grande honor y el deber supremo de cada cubano. La traición a la Patria es el más grave de los crímenes, quien lo comete está sujeto a las más severas sanciones. Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada…” (¡¡!!) “cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”.

Si no he dejado de entender el español, eso legaliza los mítines de repudio y la pena de muerte bajo el cargo de “traición” por disentir políticamente.

Respirar hondo no es suficiente. Me levanto, doy unos pasos, veo el piso descorrerse y me agarro la cabeza con las dos manos. ¿Será que entendí mal? Sigo leyendo:

Artículo 5: el Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista (mi razón me grita que estos epítetos no deberían ir uno junto al otro), y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, sustentado en su carácter democrático y la permanente vinculación con el pueblo, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”.

Entonces, el Partido es la fuerza superior. El Dios materialista que establece el socialismo no solo como sistema social, sino como base de pensamiento. Pero a su vez lo hará con la vinculación del pueblo. Los cubanos unidos, uniformados en pensamiento, desafiando a la naturaleza mental, múltiple, diversa, a la imaginación infinita, en una sola horma.

El Partido santificado “organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia la construcción del socialismo. Trabaja por preservar y fortalecer la unidad patriótica de los cubanos…” (mítines de repudio incluidos) “y por desarrollar valores éticos y cívicos”.

¡Claro!, porque al cubano que insulte, empuje, golpee a otro cubano, no le queda otro recurso para defender esa Constitución sacrosanta que supera su pobre humanidad. Y el que solo quiere decir lo que piensa, lo que le gustaría para el país donde está inscripto por derecho de nacimiento, está intentando “derribar el orden político, social y económico”, establecido por la Palabra Constituida.

Pero ¡alegrémonos!, pues somos cívicos. Aunque el civismo se base “en el respeto hacia el prójimo”. Y aunque “respeto es la consideración de que alguien, o incluso algo, tiene un valor por sí mismo y se establece como reciprocidad: respeto mutuo, reconocimiento mutuo”.

Me rindo y cierro el Proyecto de Constitución, lo guardo en el refrigerador y camino por las paredes o el techo y unas luces que giran y giran hacen una graciosa danza hacia el cielo. ¿O es el suelo?

Qué más da si cuando lo aprueben nos librarán de un don tan pesado como el de autoexistir, del peligroso esfuerzo de interpretar la realidad por nosotros mismos.

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