De sueños y hastíos

Verónica Vega

HAVANA TIMES — Si hay algo que detesto en un viaje vespertino del P11 Vedado-Alamar, es la parada que hace justo frente al Capitolio.

El chofer apaga el motor indicando que él “no tiene apuro”, mientras la desesperada multitud lucha por introducirse al vehículo entre protestas y empujones.

Bajo la eterna premisa de “¡el fondo está vacío!”, se le pide al espacio una elasticidad que no existe, y al cuerpo humano una inconsistencia imposible. Mucho más imposible con la cantidad de mochilas, jabas y bultos que matizan el trasiego a lo largo del estrecho pasillo.

Como siempre, surge alguna discusión entre el que avanza y el que rehúsa moverse; como siempre, muy pocos cooperan para que el operativo sea más rápido. Los que estamos de pie, a la derecha, enfrentamos un sol que nos golpea de frente y sin piedad.

No puedo dejar de pensar qué vieja y repetida es esta escena en mi memoria, y evitando empeorar lo que ya aporta el calor y la casi claustrofobia, miro hacia afuera. Observo la cúpula del Capitolio, ahora erizada de andamios y velada de mallas, cuando oigo decir a alguien detrás de mí:

-Quién sabe el tiempo que se meterán en eso.

-Uf… si ya van por seis los que se caen.

La segunda voz es femenina. Enseguida la primera voz pregunta:

-¿Qué se caen? ¿De dónde?

-De los andamios.

-¿Seis muertos?

-Tanto como muertos no, pero el último está grave.

-De p….

Sigue una larga pausa y aprovecho para mirar de soslayo. Son dos jóvenes. Ella tiene el pelo corto, ojos oscuros y vivaces; del interlocutor apenas alcanzo a ver un brazo de músculos moderados.

-¡Ah!, -dice ella de pronto bajando la voz- Dos muchachos se encontraron enterrados en el piso, ¡tres lingotes de oro puro, hasta con el sello de Batista!

(Aquí una interjección de asombro)

-¿Y qué hicieron?

-Se los llevaron a un joyero y el tipo los echó pa’lante, imagínate, ¡ahora están presos!

-Pero qué clase ‘e comemierdas! Si eso me pasa a mí lo primero que hago es derretir el sello, después lo voy vendiendo pedacito a pedacito…

-Quién no sabe que … todos los joyeros de la Havana Vieja son del MININT. Esto está lleno de chivatos

Otra pausa. Por el resto del diálogo entiendo que la muchacha es también restauradora y trabaja en las obras del legendario edificio. Después el muchacho pregunta por algún conocido mutuo y ella responde:

-Está en España…

Sigue una especie de paneo por amigos emigrados (de los que se tienen noticias, de los que no…) y un silencio cargado de nostalgia. Me llega el pensamiento de que cada nueva generación cubana reclama el exilio como un daño propio.

Para estos jóvenes, los éxodos de Camarioca, del Mariel, aquel 94 que llenó el mar de esperanza y horror, ¿existieron? Después de todo “ellos viven en la casa del mañana”, como dice el poeta Khalil Gibrán, “que no visitaremos ni siquiera en sueños”.

Con unas ganas terribles de que la guagua arranque, miro a la gente alrededor: se mueven evitando tocarse, no quieren sentir un sudor ajeno al suyo, pero se rinden. Los rostros hoscos, ojerosos, las manos crispadas por el peso de los bultos, las miradas de disgusto.

Por fin, el chofer cierra las puertas y enciende el motor. Nos movemos, y echo una última mirada al emblemático Capitolio, símbolo de una ciudad que cada vez me parece más inhóspita y grotesca.

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