Cuba desde la distancia

Verónica Vega

Escultura frente al Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México

HAVANA TIMES – El 20 de marzo llegué a Cuba de un viaje donde visité tres países: México, Argentina, Chile.

Pretendía llevar una cuidadosa crónica que el tropel de los sucesos convirtió en anotaciones desplazadas por la fuerza de la inmediatez y las exigencias de la agenda grupal.

Viajaba con parte del Movimiento San Isidro, artistas que reaccionamos contra el decreto 349 y desplegamos una accidentada campaña mediática con la consabida contrarreacción represiva.

La noche antes de la partida se presentó en mi casa el agente de la Seguridad que se hace llamar Santos y luego de felicitarme por obtener un premio en el concurso #349Cuba, me interrogó sobre quién había organizado el viaje y al negarme a decírselo, me amenazó con “mandarme a circular” para que no pudiera salir de la isla.

Ya en el aeropuerto, por supuesto, me atenazaba la angustia de que se cumpliera la arbitraria sentencia. Solo cuando pasé el chequeo de emigración frente a la cámara y el escrutinio invisible desde una base de datos, pude considerar que mi visa y mi pasaje tenían validez.

El evento en los predios de TV Azteca

Esta segunda salida de Cuba no tuvo, pues, la inocencia de aquella hacia París, en 2011. Pero el arribo a México fue igual de impresionante, porque la tierra azteca emana una magia indescriptible, a pesar de la contaminación y de lo irrespirable hasta el vértigo que puede volverse la altura de su superficie sobre el nivel del mar.

Tres detalles llamaron mi atención: la abundancia de rascacielos, la vertiginosa vida nocturna, y la cordialidad de los mexicanos.

Me sucedió, como luego en Buenos Aires, que el panorama difería completamente de la imagen que me había construido de ambos países a través de las muchas películas vistas durante ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. En ellas aparecía siempre lo más atrasado y desesperanzador, sobre todo de México. No percibía el progreso material o tecnológico, ni esa especie de promesa (real o falsa), que acompaña al movimiento de las grandes ciudades, donde se siente que el destino no es unidireccional, como en Cuba, sino pródigo en alternativas.

Nuestro stand

También la diferencia en la escala espacial, acostumbrada a los tramos entre la periferia y el centro de la Habana. El recorrido en uber desde el hotel hasta Televisión Azteca, me dio indicios de lo enorme que es la ciudad, el país… Una vez más, me abrumaba la densidad del tráfico, la exuberancia de los comercios, la presencia de vegetación en zonas céntricas y la belleza de construcciones antiguas. Asimismo, la marea de posters anunciando todo tipo de servicios, y los gigantescos tags de grafiteros en cualquier muro o portón ajeno.

En los predios de Televisión Azteca pudimos instalar un stand promocionando nuestro trabajo. Y realizar un espectáculo con poesía, audiovisuales, hip hop, teatro… El público era mayoritariamente joven: estudiantes universitarios que reaccionaron primero con timidez y luego aplaudieron con intensidad y hasta terminaron bailando con los artistas cubanos. Una joven se acercó conmovida a felicitarme por el artículo que leí, y nos invitó a una entrevista con ellos: LibertyCon.

Vendedores de comida

Una peculiaridad de México es no solo la profusa variedad de comida sino la presencia de vendedores alineados a la orilla de las calles, cocinando a la vista de los clientes. Esto hace que la experiencia de elegir el menú y comer junto a los meseros, genere un ambiente de inusual familiaridad.

El segundo suceso remarcable fue participar como público en el Oslo Freedom Fórum, en el museo de Antropología, sobrecogedora instalación donde se siente la grandeza del pasado de México, y los enigmas de las civilizaciones que nos precedieron.

El fórum contó con ponentes de edades diversas y provenientes de diferentes países. Todxs, incluso Sandor, Estudiante sin Semilla, que representaba al Movimiento San Isidro y rapeó dos temas con contagioso ritmo reggae, pudieron hacer su exposición entre el silencio y el respeto del público.

Hasta que apareció en escena Rosa María Payá, que al minuto de su discurso fue interrumpida por voces que le gritaban “mentirosa y mercenaria”.

Dentro del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de Mexico

¿Eventualidad? ¿Reacción espontánea de mexicanos amigos de Cuba, o más bien, del mito de justicia social que sólo conocen de lejos? Ya antes de empezar el fórum, varios jóvenes mexicanos deambulaban por la entrada del museo, portando patéticas banderas rojas como insignia comunista y repartiendo volantes con la foto de Rosa María y epítetos denigrantes.

En su intercambio verbal con nosotros, dieron indicio de su ignorancia sobre la realidad cubana, y una absoluta escasez de argumentos e intenciones de diálogo.

Tanto entonces como en el fórum, sentí ira y líporis; vergüenza de que el gobierno de mi país reaccionara tan incivilizadamente ante una exhibición de democracia. Salté por instinto pidiendo respeto a la ponencia de Rosa, como al resto de los invitados. Mis compañeros de viaje gritaron también, impulsados por la nacionalidad y el dolor compartido, superior a cualquier suspicacia política.

El resto de mi estancia en Ciudad México se llenó con el encuentro de amigxs cubanxs, los múltiples sabores de la comida vegana, las salidas con una amiga que vive allí desde hace años y me ayudó en el trasiego de las compras y la degustación de un exquisito helado de chocolate.

La última noche, la hija e hijo de un gran amigo mexicano que conocí en la Habana, en pleno Período Especial, me mostraron la ciudad nocturna, la zona colonial, y la espiritualidad intangible pero respirable de un país del que me despedí con tristeza.

En el avión con destino a Buenos Aires, pensaba en este primer vistazo a un pueblo de Latinoamérica, sus nativos vibrantes y afectivos, como cualquier cubano, tan especiales como nos hemos creído nosotros por décadas, a pesar de vivir amordazados y en un entorno destruido.

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