¿Cómo ven los turistas a los cubanos?

Verónica Vega

Foto: Ariel Arias

HAVANA TIMES — Es comprensible que los turistas que nos visitan (si no se conforman con la postal que les venden de Cuba), quieran conocer a algunos nativos, conversar en un ambiente agradable y recibir opiniones de primera mano, ya que en pocos días es imposible conocer un país.

Hubo un tiempo en que la posibilidad de conocer extranjeros me parecía equivalente a viajar. Las diferencias de cultura, a veces de idioma, de etnia, sumado al misterio peculiar que es cada ser humano, parecían compensar lo repetitivo de la experiencia de contar cómo vives, y tratar de explicar en una o dos horas tantas contradicciones.

Todo esto sumado al hecho de que siempre son ellos los que pagan desde un almuerzo hasta una gaseosa, y aunque actúen con sencillez, ese solo detalle nos coloca en una situación incómoda. Por otro lado no sé nunca si los precios del menú les resultan excesivos, porque no hay modo de equiparar nuestros ingresos, y yo con los míos jamás podría asumir el costo que implican esos sitios. Pero lo más molesto, y que se vuelve acumulativo, es sentirse complemento de un contexto geopolítico.

Cuando visité Francia en 2011, en muchos momentos me sentí también así. Aunque había ido invitada por un festival de literatura, pocas veces me preguntaban sobre mi propia obra.

El festival pagaba nuestros gastos de pasaje, alojamiento, transporte a diversas ciudades, pero los colegas con que compartí, escritores de Chile, México, Argentina, podían comprarse un suvenir, una barra de chocolate, invitar a un amigo a un café, opciones para mí, impensables. Los profesores de Español que me guiaban, tenían previas instrucciones de pagar todo lo que yo necesitara.

Que la miseria de los cubanos sea un hecho a nivel internacional, que nosotros hayamos terminado asumiéndola como inevitable y sea prácticamente un sello de cubanía, no lo hace menos degradante.

Cuando en el intercambio con personas de otros países, ya sea afuera o adentro de la Isla, prevalece el deseo sincero de conocer al ser humano (de ambos lados), todas esas diferencias se diluyen.

Hay ocasiones en que el turista está dispuesto a entrar en el circuito de un cubano de a pie, entonces  uno puede reciprocar con un plato de comida en su propia casa, una pizza de diez pesos, ir a un cine, a un teatro, conversar en un parque donde (como somos en esencia), nos sentimos iguales. El saldo de esos encuentros es siempre gratificante, aunque no se transforme en una amistad siquiera a distancia.

Pero hablo de esas citas programadas donde el extranjero paga un almuerzo o una merienda y el cubano es solo parte del paisaje exótico que se recorre.

Queda siempre una especie de vacío, la sensación de que te ajustaste al apretado horario del turista  afectando tu propio trabajo, aplazando la solución de tus muchos problemas diarios. Todo por una o dos horas de charla que no bastan para hacer comprensible esta realidad compleja donde uno es el elemento vivo, y también el más vulnerable.

 

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