Pensar diferente no es malo

Rosa Martinez

Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 1 oct. — Desde pequeña mis amigos decían que yo era de anjá, porque iba en contra de todos. En realidad no creo que fuera así, solo defendía mis ideas, mis principios y mis preferencias con uñas y dientes.

Evidentemente en muchas ocasiones mis razonamientos y gustos entraron en contradicción con mis compañeros, pero para entonces aquello no causó muchos problemas, mis amiguitos de aula o del barrio solo se reían de mis ocurrencias.

La situación comenzó a complicarse cuando llegué a la secundaria. Pensar diferente a la mayoría ya era un problema, mas yo insistía en cumplir con lo que me había enseñado mi padre: “Decir lo que uno piensa puede traerte problemas en ocasiones, pero te hace grande; lucir diferente puede parecer extraño, pero he ahí lo importante. ”

Y yo intentaba crecer de todas las maneras posibles, leyendo, estudiando, dando siempre mi opinión sincera y siendo yo misma, aunque me ganara la burla y algunas miraditas.

Que no me gustara hablar mal de los yankis, usar minifaldas y tenis, muy populares en ese momento, ni disfrutar del baile de moda, la lambada, no hizo que me rechazaran por completo.

Siempre hubo quienes decían que era un poquito rara, pero solo era cuestión de conocerme, los que sí me conocían sabían que no había nada raro en mí, solo tenía gustos diferentes, a fin de cuentas todos pensamos diferentes en algún momento, ya sea por los arraigos culturales, creencias religiosas o simplemente preferencias deportivas.

En el preuniversitario y la universidad fue más fácil expresarme libremente, encontré muchos que pensaban igual que yo, aunque no dejé de entrar en conflicto con otros muchachos. Estas contradicciones fueron muy beneficiosas para todos, ayudaron a comprendernos mejor y tolerarnos los unos a los otros, crecer como seres humanos y convivir en armonía.

Lo que más agradezco del nivel superior, además de los conocimientos de la profesión, fue la convivencia con personas tan diferentes en todos los sentidos. Conviví con comunistas extremistas que no aceptaban que se criticara ni la comida de beca que era malísima. “Al menos tú no tienes que pagar miles de dólares mensuales para estudiar en la universidad, si no fuera por la Revolución quizás no estarías aquí,” decían.

Tuve compañeros homosexuales, jineteras, adventistas, y contrarios a todo lo que oliera a socialismo. Pero el respeto a la individualidad logró no solo que sobreviviéramos durante 5 largos años, sino que aprendiéramos a querernos, amén de nuestras diferencias sexuales, gustos musicales o pensamientos políticos.

Si hace más de una década mis compañeros universitarios y yo logramos vivir armoniosamente siendo tan desiguales, me pregunto por qué en la Cuba de hoy resulta tan difícil comprender a quienes piensan diferente.

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