Ola de calor azota a Guantánamo

Rosa Martínez

El Cañon de Yumuri, Guantánamo. Foto: Lazaro Gonzalez

HAVANA TIMES — Hace unas semanas Europa experimentó la primera ola de calor de este año. Una masa de aire procedente del océano Atlántico, junto con la estabilidad atmosférica y una intensa insolación provocó que los termómetros llegaran hasta los 40 grados Celsius aproximadamente, obligando a la población de varios países a tomar medidas.

Cuba está lejos del continente europeo, pero no escapa a esas elevadas temperaturas, al contrario, nosotros,  caribeños al fin, lidiamos con ellas el año entero, pero evidentemente es durante los meses de junio, julio y agosto que más la sufrimos.

Ayer, al parecer, hubo un ascenso imprevisto, porque mientras me traslada en una guagua hacia el centro de la ciudad de Guantánamo sucedieron varios hechos que los demostraron.

Eran apenas las 7:00 am cuando me dirigí a la parada, y ya el sol quemaba los cuerpos; muchos, especialmente mujeres, se protegían del astro rey con sombrillas y gafas, pero los ligeros atuendos parecían no servir de nada.

La gente se amontonaba, como hormigas, huyendo de los rayos ultravioletas; aunque de mañana y bajo sombra, el sudor corría por el cuerpo de casi todos los presentes.

Cuando llegó el primer autobús se formó la molotera. Entre empujones, gritos y desespero logré treparme en el vehículo, pero no pude escapar de una acalorada discusión entre una mujer con un niño en brazos y otra que no quería cederle el asiento, sino cargar al pequeño.

Ahí mismo se dividieron las opiniones, un grupo defendía el derecho de la madre a usar el puesto y otro la llamaba acomodada por no querer que la otra señora llevara su pequeño, que era a fin de cuentas quien debía estar a gusto.

El calor hacía estragos. Varias féminas sacaron sus abanicos para intentar amortiguar un poco la desesperación que provoca el sudor ajeno y el propio, los cuerpos uno encima del otro, la respiración de alguien sobre tu nariz…

Dos paradas más adelante ocurrió otro altercado, una pareja de jóvenes discutió con un hombre extremadamente fornido que se encontraba en el medio de la puerta trasera, e impedía con su enorme cuerpo que se pudiera bajar. La discusión duró mucho, y faltó poquito para que acabara en piñazos.

 

El chofer arrancó nuevamente. A Dios, gracias, dijeron algunos. Cuando parecía que la calma había llegado finalmente, ocurrió un último incidente con una señora de unos 70 años más o menos, pero de atuendo muy juvenil, que se molestó con un muchacho que le dijo que si no veía que ella estaba muy vieja para estar empujando a los demás.

 

La mujer le gritó que vieja sería su madre y una sarta de improperios más. Esta última fajeta logró que muchos se rieran y se bajaran un poco los ánimos, pero yo, arrinconada en una esquina solo pensaba que si la temperatura subía dos grados más habría un herido en aquel lugar, solo esperaba que no fuera yo…

 

 

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