Nadie sabe lo que tiene…

Rosa Martínez

Una madre cubana con su hija en el Barrio Chino de La Habana. Foto: Caridad

HAVANA TIMES – En varias ocasiones he escrito sobre mi experiencia como mamá, algunas veces he sido criticada, otras alabada. No busco una cosa ni otra, soy sola una madre más, cubana por demás, con sus tristezas y alegrías.

Me pregunto cuántas veces tú, madre, te has puesto a echar rayos y centellas, porque después de recoger la mesa y lavar los trastes del desayuno -lista para salir para el trabajo- te percatas que tu hija mayor, quien debería ser la que más ayude, dejó la cama sin arreglar, y en el cuarto un desorden mayor.

Piensas en llamarla al celular que con tanto sacrificio le compraste, para tenerla medio controlada -aunque la verdad es que lo hiciste para que no se sintiera tan fuera de moda. Entonces recuerdas que el saldo que te queda en el teléfono es solo para caso de urgencia y dices como en los muñes de tu niñez: liebre, deja que te coja.

Pero cuando la liebre regresa a casa, la molestia ya pasó, y no vale la pena ni mencionarlo.

Al día siguiente, te levantas con las energías que solo una madre encuentra a pesar de carecer de tantas cosas… Y cuando creías que tendrías una jornada tranquila, te percatas que estás gritando, y quizás algunos vecinos escuchando -qué vergüenza- porque la más pequeña de tus niñas no quiere ir a la escuela, otra vez, y con cara de mosca muerta finge este dolor u otro…

Mira muchacha, arranca pa tu escuela que el horno no está pa galletica.

La tarde llega y la historia es más o menos similar; transcurre entre tareas de Matemáticas y Español -una con mucho amor, otra con menos pasión-, refrigerio que no sabes de donde sacar, comida que también hay que inventar…

Secretamente anhelas que las chicas pasen días invernando, como dicen que hacen algunos animales, para ver si descansas del fogón sin gas licuado, de la merienda escolar, de la fajetas de hermanas, de madrugar…

El día siguiente parece diferente, pero no lo es tanto. Esta vez tienes que lidiar con una adolescente rebelde que no le acomoda ninguna ropa que puedes comprar o simplemente quiere algo más de lo que no le puedes dar.

Te descubres deseando que las dos crezcan rápido, porque esto no hay quien lo aguante, estas chicas me tienen loca…

De repente, como por arte de magia, el día deseado llegó.

Una tía abuela de un campo lejano llega a casa en busca de tus dos pequeñas, ya no tan niñas, para llevarlas a pasar la semana de receso escolar con ella.

Y de la noche a la mañana tienes mucho tiempo para ti. Vas a la peluquería a arreglar las greñas a las que nunca puedes dar forma, y hasta tiñes las canas que delatan tus años; visitas unos amigos de los años de universidad, que hace siglos no veías, porque viven al otro lado de la ciudad, y entre una cosa y otra vas dejando para después el visitarlos. Te levantas más entrada la mañana, y en casa no hay mucho que hacer.

Entonces ves que tu hogar se mantiene organizado y limpio, pero se siente insípido. Que la belleza del pelo tampoco es tan importante, pues los ojos más bellos del mundo no la pueden ver. Que tienes muchísimo tiempo, pero no sabes cómo ni quieres usarlo.

Y sientes un dolor profundo por todas las veces que las quisiste lejos, o dormida, o qué se yo, y te descubres desconsolada, llorando, deseando que vuelen los días para abrazarlas…

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