Lo que pasó el día de mi navidad

Por Rosa Martínez

Navidad – Año Nuevo en Guantánamo, Cuba.

HAVANA TIMES – Son apenas las siete de la mañana del 25 de diciembre de 2019. Aunque para mi familia -no cristiana- la Navidad no tiene el significado especial en muchos lugares del planeta, como cubanos conocemos que celebración al fin, pequeña u ostentosa, solo una cosa no debe faltar, y es precisamente cada miembro de nuestro linaje. Solo están justificados los que viven fuera de Cuba, el resto sabe que la familia es sagrada y todos deben estar aquí.

Y eso es lo que más disfrutan mis hijas: sus familiares. Con mis padres están acostumbradas a estar siempre, pues por yo ser la única hija hembra y vivir cerca, la casa de los abuelos es el abrigo para todas sus tristezas y alegrías. Pero ahora además de esos padres viejos, nos acompañan mis dos hermanos, sus hijos, también sus esposas.

Mis niñas acompañaron durante la noche anterior a los abuelos, al igual que el resto de los nietos (como mismo hacíamos mis hermanos y yo cuando no teníamos descendencia), pero ahora nosotros dormimos en nuestros hogares, aunque temprano volvemos a reunirnos.

Como soy la que más cerca vive, además dicen que soy el horcón de la familia, debía estar tempranito en la casona, y así lo hice.

Pero apenas arribé a casa de los viejos, me ocurrió una fatalidad; en medio del apuro por hacer las tareas temprano para que los más jóvenes almorzaran temprano, y dejar todo listo para una gran cena en la noche, se me cayó un pollo entero, congelado, desde el congelador hasta la parte más baja del refrigerador.

El golpe fue tan contundente y seco que partió la división de cristal, donde había un pomo con puré de tomate, otro con aceitunas, además de maicena, cebollinos en vinagre, y otras cosas más que fueron a dar al piso.

Como mismo cayó el pollo de 10 libras y después el resto de los productos, así mismo caí yo de rodilla, en medio de un llanto desconsolado que se apoderó de mí.

Tras el estruendo acudieron rápidamente mis padres que se asustaron mucho al verme en el piso -creyeron que estaba herida- y por tanto ruido y algarabía de mis viejos, también vinieron dos de mis sobrinos.

Pero yo no veía nada ni a nadie, solo lloraba angustiosamente.

Pero por qué lloras, tía, dijo uno de ellos- eso le pasa a cualquiera. Por favor, levántate… Ven, te ayudo.

Pero yo sentía que con la caída había perdido todas mis fuerzas, que con ese cristal inmenso y doble que se había roto de manera inesperada, algo más se había quebrado en mis entrañas, que en cada alimento desparramado había una parte de mí que había luchado fuertemente, pero había sido en vano mi esfuerzo…

Mientras conseguía ver, a duras penas, toda la suciedad en el piso, recordaba todos los momentos difíciles por los que había pasado durante casi 360 días, todas las batallas perdidas, los esfuerzos frustrados, los desafíos abandonados…y mi sollozo continuaba silenciosamente.

Pero ahí estaba mi madre, y como las madres conocen a sus hijos más que ellos mismos, ella sabía que no lloraba por el cristal -aunque es muy difícil de conseguir, posiblemente imposible-, tampoco por las pérdidas en comida -aunque fue una gran inversión.

Mi madre estaba segura que en el accidente lo único importante roto estaba dentro de mí; pero también sentía que como guerrera e hija suya, muy pronto me recuperaría, solo necesitaba un poco de espacio.

Así que, me arrastró hasta su cuarto -que es el refugio más seguro del planeta- y después de unas voces de mando de todo el mundo a lo suyo, el comedor quedó limpio y recogido y el incidente acabó ahí.

Pero no se alarmen, amigos lectores, la Navidad fue celebrada como siempre: con una cena familiar, algunos traguitos, muchas historias y risas, y todos, absolutamente todos en casa.

 

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