Lo que cuesta vivir en Cuba

Rosa Martinez

Calle de La Habana. Foto: Elio Delgado

HAVANA TIMES, 16 feb.  — Me tocó vivir los momentos más duros del periodo especial cuando tenía solo 16 años.  Acababa de entrar al pre-universitario cuando recibimos la noticia de la caída del campo socialista y las consecuencias que llegaron bien rápido.

Parecía que nos habían robado la vida y nos habían puesto otra, muy diferente a la de entonces.  Para todos los cubanos el cambio fue repentino y notable, muchos aún no hemos podido olvidarnos de los días más agudos, en que arreció de forma tal, que pensábamos que no podríamos subsistir.

Recuerdo que en casa nos quedamos sin sábanas ni toallas, se lavaba con cloro, agua de cenizas y no sé cuántos otros inventos, todo ello acabó con los ajuares de cama en menos de un año.  Tuve un par de zapatos tenis, de color negro, los únicos que usaba tanto para ir a la escuela como para cualquier salida.  Mi padre tuvo que hacerle varias cirugías, pero por más que cocía, tapaba sus heridas, siempre sangraban.  Los huecos en las suelas fueron más fáciles de solucionar, un pedazo de cartón resolvía la situación.

Mi papá llegó a usar un par de zapatos plásticos que metían miedo, ¡qué feos! Se le adhería un olor tan fuerte, que teníamos que ponerlos en el tejado y rezar para que no se los robaran, pues no había otros.

El recuerdo más triste que conservo es ver a mi papá caminar varios kilómetros cargado de palos de leña para vender.  Gracias al dinero que obtenía con esta venta, mis padres, mis hermanos y yo logramos sobrevivir esos terribles momentos.

Diplotiendas y jiñeteras

Cuando al año llegué a la universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, la situación económica del país había mejorado un poco.  Ya más de la mitad de la población cubana había perdido sus prendas de oro, cambiándolas por ropa y zapatos en las entonces populares diplotiendas.

Por bicicleta en Bayamo, Cuba. Foto: Ihosvanny

Se abrieron las puertas al turismo, al dólar y un poco después a las tiendas recaudadoras de divisas.  Aunque el valor del peso cubano llegó a estar por el piso, por lo menos ya aparecía el jabón y la pasta de diente, aunque fuera a precios exorbitantes.

Aunque nunca me preocupé mucho por seguir la moda, tenía muchas necesidades que mis padres no podían satisfacer, tuve que vender jabón y aceite de coco, turrones y no sé cuántas otras cosas más en la beca, para poder comprarme las cosas que más necesitaba para ir al aula, porque desgraciadamente no teníamos un uniforme que nos ayudara.

Con la entrada del turismo surgieron “las jineteras.” creo se le llamaron así para no usar un calificativo que existió antes de la Revolución.  Como no existen putas sin proxenetas, estos también se pusieron de moda.  Llegaron también los mendigos, los timadores y muchos otros problemas que hirieron profundamente la sociedad cubana.

Como la universidad no escapa a las problemáticas sociales, estas se llenaron de jineteras que estudiaban por el día y salían a luchar la vida por las noches.  Era cuestión de vida o muerte, o jineteabas o dejabas la universidad.

Recuerdo que un día los muchachos de mi grupo tuvimos un intercambio con estudiantes extranjeros.  Ellos nos entregaron obsequios a los que llamaron souvenirs.  A mí me regalaron 100 dólares.  No podía creer que un estudiante, igual que yo, me diera más dinero de lo que mi papá podía ganar en más de 6 meses.

El regreso de los tiempos dificiles

Una tienda en Trinidad, Cuba. Foto: Elio Delgado

Los tiempos difíciles regresa a la Isla nuevamente: el despido de casi un millón de trabajadores, la subida de los precios del transporte y de muchos otros servicios, la paulatina desaparición de la libreta de abastecimiento, la subida de los impuestos a los trabajadores particulares, los salarios que cada día satisfacen menos las necesidades básicas de la población, la emigración que nos quita muchos de los mejores profesionales y gran parte de la población joven, el futuro del país.

Ahora, más que nunca, necesitamos un Socialismo verdadero para no volver a esos años tristes.  Precisamos que nuestras familias no dependan de los dólares, euros, o libras esterlinas que envían otros parientes; que los jóvenes no tengan que migrar o vender sus cuerpos para usar la ropa que esté a la moda o que un hombre no tenga que rezar para que cualquier extranjero bondadoso le regale un billete, que su propio trabajo y esfuerzo no le puede dar.

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