La inspiración

Rosa Martinez

HAVANA TIMES — Los que no somos periodistas de profesión, mayoría en Havana Times, pasamos un poquito más de trabajo para preparar un post para nuestros lectores. Generalmente necesitamos de la llamada inspiración para que llegue el texto deseado o, por lo menos, lo más cercano posible a lo que se pensaba.

En ocasiones pasamos horas, días -ahora estoy hablando por mí- dándole vueltas a un tema interesante, que no acaba de organizarse en nuestras mentes, y que como un hijo atravesado, es difícil de parir. En el peor de los casos, este muere antes de nacer, y como todo buen padre sufrimos, pero, por ley de la vida, acabamos aceptándolo.

Hay quienes escriben más cuando experimentan momentos tristes o cuando se encuentran en situaciones difíciles o en una de esas encrucijadas en las que la vida nos pone con demasiada frecuencia.

Otros, por el contrario, necesitan paz, armonía, que las cosas anden muy bien en casa, para que la musa lo visite y a través del teclado o el lápiz dar rienda suelta a su imaginación.

A mi me inspira lo mismo una cosa que otra, escribo tanto en tiempo de crisis, como en medio de la mayor felicidad, solo necesito un empujoncito para que fluyan la ideas libremente y salga un pequeño post, aunque, claro, no siempre consigo mover a los lectores, que es el mayor deseo de cualquier escritor, mediado o no.

Son las ocho de la mañana. Hoy es una de esas jornadas que hago garabatos aquí y allá. Mi esposo está fuera de provincia, las dos niñas están en la escuela y aprovecho la tranquilidad de casa.

El herrero, vecino que despierta a todos desde las seis con los agudos sonidos de su peculiar labor, está enfermo –lo que siento mucho por él- pero me beneficio concentrándome frente a mi lenta y vieja PC.

Creo que hoy podré finalizar más de un trabajo -pienso y sonrío, porque hace mucho no disfrutaba esa sensación.

Me levanto a tomar un segundo buchito de café, muy bueno para animar las neuronas, y cuando decido regresar a lo mio, una llamada a la puerta me detiene.

Debe ser un vecino molestón, considero. Si no contesto se cansa y se irá. Continúo. Siguen llamando, pero no hago caso.

Después de muchas llamadas, no me queda más remedio que pararme y ver quién es.

“Fumigación, buenos días”, dice amablemente y entre guiños un señor mayor. Salgo de casa durante 45 minutos o más. Cuando me siento otra vez frente a mi texto, no sé qué escribir…

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