Cuba 20 años después de Fresa y Chocolate

Rosa Martinez

HAVANA TIMES — Ya se cumplieron 20 años del filme Fresa y Chocolate de Titón, y muchos, incluyendo a Jorge Perrugoria (Pichi), el protagonista de la película, creen que Cuba ha cambiado mucho desde entonces.

Tienen razón tanto el laureado y reconocido actor cubano como los que coinciden con él, Cuba ha cambiado mucho en dos décadas. Desde que se estrenó la única película cubana nominada a mejor película extranjera en los premios Oscar mucho ha cambiado esta Isla y su gente, pero no ha sido suficiente.

La historia de Pablo, un amigo entrañable del barrio, demuestra que falta mucho para que los homosexuales, transexuales y bisexuales dejen de ser tratados como seres inferiores o perversos sexuales.

Pablo es un jovencito homosexual del que no podré mostrar su rostro, pero sí su historia.

Hijo de un delincuente de la peor calaña y de una puta, todo el mundo esperaba que aquel niño fuera un hombre a todas. No se podía esperar menos de aquella combinación genética.

Desde su nacimiento fue un niño tranquilo. A pesar de andar de brazo en brazo por las andanzas de sus padres, sus primeros años de vida no fueron tan malos. Pasó la mayor parte de ese tiempo entre los abuelos paternos y dos tías que lo adoraban.

Pablo creció sin heredar la voz ronca de su padre. Su apariencia física tampoco se parecía a su progenitor. Él era endeble, y su andar estaba lejos del estilo característico de los guapetones del barrio.

El padre comenzó a preocuparse por aquel niño que nunca lloraba, no molestaba a nadie, no causaba problemas, no tiraba ni piedras ni palos, no decía palabras obscenas. Miraba su hijo y se decía a si mismo: “él va a cambiar, no existen niños modelos, y cuando cambie no habrá quien lo aguante”.

Pero el niño no cambió, al contrario, cada vez fue más correcto, más disciplinado, más aplicado. Fue entonces cuando la preocupación del padre se convirtió en temeridad.

“¿Por qué hablas bajito? ¿A quién le temes?”, gritaba

“¿Qué forma de caminar es esa? Lo hombres no caminan así. Aquí nadie camina así. Me haces sentir vergüenza, todo el mundo se ríe de mí.

“¿Eres hombre o qué? Háblame claro”, dime.

Pablo acababa de cumplir 7 años y su padre ya le pedía que hablara claro. Yo tengo casi 40 y en ocasiones no puedo hablar claro conmigo misma, imagínense alguien que ni siquiera llega a diez.

El pobre Pablo era solo un niño y debía dar explicaciones. Su padre quería saber la verdad. Solo tenía siete años y fue valiente, y habló claro.

“Hablo bajo y camino así, porque no soy igual que tú. A mí no me gustan las mujeres como a ti”.

Las palabras fueron cañones en los oídos del padre, y no por sospechadas dejaron de causar dolor, molestia, vergüenza, rabia. Podría decirles que le cayó a golpes, que le gritó, ofendió y empujó, pero creo que basta con contarles que se hincó de rodillas y pidió al cielo: “Dios mío, no me dejes ver tanta vergüenza, tanta degradación, no me dejes.”

El niño fue abandonado por los que le dieron la vida. Desde entonces ha vivido en diferentes lugares, primero fue con los abuelos maternos, después con amigos, ahora con amantes.

Han pasado casi 10 años del día en que aquel padre renegó de su hijo. Dios a veces demora un poco, pero finalmente complace a sus discípulos, y aquel padre fue escuchado. El todo poderoso no quiso que el padre viera más aquella aberración y lo dejó ciego ciega para siempre.

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