Cuando el Periodo Especial tocó mi puerta…

Rosa Martínez

Si no hay energía o gas los cubanos regresarán a cocinar con leña.

HAVANA TIMES – Casi todos los lectores de Havana Times deben haber escuchado hablar del tristemente célebre Periodo Especial, que tanto daño hizo a los cubanos en la economía y en el alma.

Realmente fue una larga etapa de crisis extrema que inició al comienzo de la década de 1990 y que cambió por completo la mentalidad de la población de la Isla, y de la cual muchos creen no hemos salido jamás.

Ahora que una nueva época de escaseces se asoma silenciosamente sobre nuestras vidas, quiero compartir con ustedes la experiencia de la primera vez que sentí el Periodo Especial en mi propia piel.

Provengo de una familia de bajos recursos: mi madre, una simple ama de casa -pero mujer batalladora que luchaba el dinero desde el hogar- y mi padre, un hombre que lo mismo hacía de carpintero, de albañil, de carbonero, o lo que sea, todo para dar de comer a su prole.

En casa siempre tuvimos alguna que otra mascota, aunque a mi papá no le gustaban mucho, porque el patio era muy pequeño, y limpiarlo era tarea de él.

En ese tiempo teníamos a Tuntún, un perro callejero, tan bello como cariñoso, que acogí en las inmediaciones de un basurero. Era tan amable, que muy rápidamente se ganó el cariño del gruñón de mi padre.

Tuntún tenía una atención especial. Mi mamá y yo le preparábamos sus alimentos como si fuera un miembro especial de la casa, con honores incluidos. Y junto al resto de la familia se deleitaba diariamente con sus manjares, que imagino disfrutaba doblemente por sentirse amado, protegido…

Un buen día, no hubo nada de comida para Tuntún. En realidad, tampoco para nosotros. Recuerdo que mis padres lograron conseguir unos boniatos pequeños y escasos, que tuvimos que ingerir con una salsa improvisada de ajo con algo de color.

Todos tuvimos que tragar aquello que sabía a no sé qué rayo. Mis hermanos lo consumieron como si nada, mi papá a duras penas, mi mamá no probó bocado.

Cuando yo pude llevarme aquellos boniatos desabridos a la boca, sentí la mirada fija de Tuntún, suplicando algo para él. Entonces le pregunté a mi padre: y el perro, qué comerá mi perrito…

Mija, no hay nada para él. Si queremos que sobreviva, no queda más remedio que cada cual le de un bocado de su ración o dejarlo que salga otra vez a la calle a ver qué encuentra.

A la calle, dije gritando, de ninguna manera, o no recuerdas lo enfermo que estaba cuando lo traje.

Pues, a partir de ese momento, cada uno de nosotros, antes de ingerir el poco alimento que se conseguía, le daba un pequeño bocado a mi amigo adorado, yo por supuesto, era la que más compartía con él.

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