Regina Cano

Contaba René, que de los únicos payasos que se tenían noticias a nivel nacional, cuando fue niño, eran del payaso Trompoloco con su “Muñeca fea” (canción) y los consabidos Chorizo, Choricito, Choricín y Choricitín -familia de payasos- y que al parecer todos ellos eran los que gozaban de beneficios en el medio televisivo.

Agregaba Lavinia que ahora la moda de tener un payaso en la fiesta de cumpleaños de tu hijo se hace casi obligatorio y en ocasiones hay que ver las clases de payaserías que hacen, porque sin conocer bien el oficio y sin siquiera ser actores, ni nada, se aventuran a llamarse como tal y atrevidamente decir que entretienen a los niños.

Y gentes!  La necesidad es a veces también sinónimo de prisas.

La proliferación de diversos oficios desde los ’90s en todo tipo de mercado ya no es rara.  Muchas son las maneras en que el cubano ha buscado mantener a su familia.

Entre estos se destacan las fiestas infantiles y los vendedores de todo tipo de cosas para realizarlas: piñatas, caretas, sombreros, cesticas y pistolas de cartulina, así como corneticas y piticos.

Los payasos de nuestros días animan las fiestas con reggeatón y las últimas canciones dentro de la preferencia adulta y que tanto escuchan los infantes en sus hogares.

Entre los trabajadores de las “payaserías” pueden encontrarse actores aficionados o alguno que se lo ha pensado, pero el ganar dinero cada fin de semana impide prepararse para el teatro al mismo tiempo y las cosas siguen igual.

A la vez, uno encuentra a quienes no tienen vocación para entretener y estropean una fiesta, que los padres terminan pagando “por pena” –sustituida la pena por el derecho, claro-, donde el payaso es una atracción fundamental aun cuando no logran divertir a los niños.

Acostumbran a hacer la competencia bajando los precios, esperando cobrar a toda costa y sabiéndose incapaces de satisfacer al cliente.

Ambos, buenos y malos payasos están en el mismo mercado.

“Estos actualmente no llevan una ropa, ni maquillaje que les dé una identidad” –decía Lavinia.  Y es cierto que uno termina confundiendo a Piquete, con Trompetilla o Cachimbita, pues lo más evidente viene a ser el color de la piel, la edad o el sexo, mientras se les ve en la calle corriendo hacia el próximo cumpleaños, montados en taxis y con los muñecos y pelucas en las manos.

Al menos ahora, con las novedades de la económica cubana, pasarán de ser trabajadores por la izquierda (ilegales) a reconocidos cuentapropistas (“free lance” con autorización estatal, diferente al contratado por este).

Espero que el impuesto a pagar termine distanciando a los menos agraciados como payasos y que no sea un obstáculo que aleje aún más a los otros de lograr el sueño de actuar en una obra teatral o televisiva.

Suerte a los payasos, que la van a necesitar como muchos otros, y qué vivan las payaserías!

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