El milagro de la vida
Osmel Almaguer
El P-15 estaba detenido sobre la línea del tren cuando este se acercaba. Yo estaba en la parte intermedia de la guagua, la que tiene un acordeón, por eso no podía ver lo que estaba sucediendo.
Sólo escuchaba los gritos de desesperación de la gente. Los ruegos al chofer para que abriera las puertas y poder escapar.
Por primera vez sentí la muerte como algo cierto, posible, cercano.
Por primera vez le tuve miedo. Pensé en mi familia y en las cosas que aún me quedan por hacer.
Como no sabía hacia qué parte de la guagua se dirigía el tren, no atiné a correr hacia ningún lado.
Los miembros se me enfriaron y comencé a sudar a mucha velocidad. Tras los pocos segundos que duró la experiencia, me encontraba húmedo y atontado.
El chofer arrancó el motor y mientras nos quitábamos de en medio de la vía férrea vi pasar a un sonriente maquinista en aquella locomotora, que iba a poca velocidad.
Con el susto, una muchacha con la que había estado cruzando miradas, que viajaba en la parte delantera del carro, de pronto estaba a mi lado. Un hombre grueso que viajaba junto a una ventanilla, casi salió por ella.
La gente estaba muy nerviosa, con una mezcla de alivio por haber sobrevivido, y restos de un miedo atroz, por la cercanía de la muerte.
En el pasillo, por donde anteriormente era difícil la circulación de los pasajeros, se podía bailar de lo despejado que estaba.
Poco a poco algunos comenzaron a hacer chistes sobre la experiencia y yo me fui relajando.
Luego, un señor, que al parecer sabía algo sobre trenes, se reía del susto de la gente, diciendo que todo no había sido más que una broma del chofer.
Ignoro si fue una broma, o si de verdad el motor había fallado en ese momento. La sonrisa del maquinista me hizo pensar en la primera opción, pero los fallos del motor durante todo el viaje, hicieron muy creíble la experiencia.
A una hora de haber vivido todo aquello, siento una rara euforia por el solo hecho de estar vivo, y hasta en cierta medida le agradezco al chofer, si es que en verdad nos gastó la broma, porque a veces necesitamos verle la cara a la muerte para aprender a valorar el milagro de estar vivos.