En Cuba: Muñequitos Rusos (II)

Regina Cano

From Cheburashka. Photo: snooperreport.com

Al igual nos llegó su literatura: Boris Polevoi con “Un hombre de verdad” o “Dinka” de Ossieva, a Chejov, “Los Tres Gordinflones.” “Así se forjó el acero” o el aún renombrado “El Maestro y Margarita” (a finales de los 80´s) de Mijail Burgakov, que ahora regresó en serie –muy buena- y que muchos nos sorprendimos de que publicaran el libro en Cuba.

El cine “ruso” nos trajo obras de otro gusto y factura: Tarkovski, Andrzej Wajda –polaco este último- ambos inolvidables.

En el Teatro de la Isla, Stanislavski ha dejado una huella aún visible. La pedagogía de Makarenko apareció al principio de la Revolución y después no se volvió a mencionar.

Publicaciones como el Sputnik, Tiempos Nuevos, Novedades de Moscú (periódico), las revistas La Mujer Soviética (que la gente cogía para forrar las libretas de la escuela), la RDA…

Se le decían “los bolos.” primero porque sus rostros eran más bien redondos y porque las producciones que recibíamos no eran ligeras y sí grandes, como bultos, pero de gran durabilidad.

Gracias a esta característica aún tenemos equipos electrodomésticos e industriales y artículos artesanales fabricados por ellos, que sobrevivieron el Período de los 90’s.

Los rusos en Alamar son recordados por las ventas de productos que solo llegaban a su mercado y que mientras los profesionales trabajaban, las amas de casa hacían su negocio.

Los cubanos fueron a “Rusia” (la URSS), y surgieron parejas estables que tuvieron descendencias, y así nacieron los palaviny* -que actualmente la mayoría se siente en medio de las dos culturas, pues los cubanos los consideran “Bolos” y los “Rusos” no les dan bola.

Recuerdo que durante la parte más dura del Período de Crisis de los 90´s -donde por suerte existían los amigos-  era habitual reunirse y por la escasez darle rienda suelta a la memoria, pues llegaba un momento en que la conversación derivaba a la época de los rusos:

“…y te acuerdas de los pepinillos encurtidos, las manzanas y peras, la confitura de fresa, la jalea de leche que traía a la madre cargando al niño, las sopas, las compotas de manzanas, el jerez albanés, el vino tinto y el vodka limónnaya, el vino búlgaro, el vino blanco…”

Pues nada, llegas a una casa donde hay una computadora o un DVD y la gente te dice con gran contentura: “¡Sabes! Tengo muñequitos rusos. Quieres verlos.”

Y es que lo que llenó nuestra infancia o adolescencia -aunque alguna vez hayamos renegado de ello- en algún momento aflora como nostalgia.

 

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