Despedida a Juan Carlos Flores en Alamar, Playita de Los Rusos

Por Regina Cano

HAVANA TIMES — “Sal loco y respira / Ve y navega”, fue mi pensamiento de despedida por Juan Carlos Flores (el poeta), mientras Amaury Pacheco vertía sus cenizas. Antes Yohamna Depestre, había leído sus dos poemas de despedida al Juanca.

Juan Carlos Flores, un poeta excelente, conocido tanto por el gremio de artistas de Alamar, que por otros de fuera de su barrio y de Cuba, ha dejado de compartir nuestro espacio físico.

Mientras escribo esta nota recuerdo sus poemas en círculos, aquellos poemas que escuchamos o leímos cuando publicó un libro o recibió un premio, pero no el círculo que inicia al principio y cierra al final. No le gustaba una poesía fácil y por eso estudiaba sus poemas, les dedicaba tiempo como el albañil se dedica a una pared, pero sin preciosismos de afeites, ni falsos rellenos. Sus círculos eran sucesivos y te llevaban de un nivel a otro cruzando fronteras entre situaciones, como un atleta cruza las vallas, hasta mostrarte todo el universo de ese poema.

Un excelente poeta sin duda, que recibió la consideración y reconocimiento de muchos, pero también una persona beligerante, pues había que luchar con él, desde el verbo, por cualquier pensamiento propio, que de antemano no era válido según su propia apreciación.

Él fue realmente alguien que construía con el cotidiano, ese que parece adverso y se convierte en tu vida, pero fue también tan apreciado, que ahora mismo muchos no concebimos un Alamar sin un Juan Carlos Flores suelto por ahí, “quemándote”* una hora en una esquina con sus dos o tres tipos de realidades ensalzando un sol al mediodía de cualquier día de la semana, alrededor de los espacios usuales del café o el almuerzo en la calle.

Acompañamos sus cenizas cerca de 20 personas este 15 de septiembre, muchas de Alamar, de las que ya no nos encontramos a menudo, quienes de una manera u otra formamos parte de la vida del muy “loco” y amigo no fácil: Juan Carlos Flores. Unos muy cercanos, otros no tanto.

Llegamos a las 8 de la noche -ya casi sin luz diurna-, haciendo una peregrinación desde la funeraria, por el que era uno de sus caminos habituales para llegar a la orilla de la costa, según describió alguien. Nos acompañaba el sonido agudo de una campanita, que después lo fue menos al cambiar de instrumento y al final un sonido más vibrante y bello de lo que sería como un mortero.

Los últimos minutos eran la sensación de ir con uno mismo. Se escuchaban tan solo los pasos sobre el pavimento, mientras caminábamos el último tramo antes de llegar al mar a darle un depósito corporal líquido en “La playita de los Rusos”, esa que también lo acompañó cuando los demás espacios se hacían nulos o saturados.

Buen viaje Juan Carlos Flores, ya no te veremos y tampoco tendremos tus nuevos poemas, pero de aquí no te saca nadie.
—–

Nota: *Quemándote: Cocinándote con una “muela” (conversación) intensa, como si fuera un sabotaje verbal.

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