Nunca aprendí a bailar

Pedro P. Morejón

Estudiantes cubanos de primaria. Foto: Caridad

HAVANA TIMES – Desde los 5 años, cuando entré a la escuela, comenzaron a decirme lo que estaba bien y mal. Me quisieron enseñar a ser como el Che, de quien solo supe lo que me decían; me mandaron a repetir consignas y lemas vacíos; delimitaron lo que tenía o no que aprender, lo que debía creer o no. Y así durante toda la etapa de estudiante.

A los 14 años me anotaron como miembro de la mayor organización de la masa sin alma, ni siquiera contaron conmigo. Así mismo, no me preguntaron si quería pertenecer, o si deseaba pagar cotización o hacer la guardia cederista.

A los 18, me llamaron al Servicio Militar, que es obligatorio. El Código Penal sanciona hasta 2 años de privación de libertad al que se niegue a cumplirlo. Allí continuó el discipulado. Aprendí infantería, táctica y manejo de las armas de guerra, especialmente el AKM, pero lo fundamental es que pretendieron hacerme creer que mi principal enemigo está a unas pocas millas al norte, mar por medio. 

Nunca se me va a olvidar la perorata que nos dio un alto oficial (muy fanático y fundamentalista él, o quizás un vividor de gran nivel, nunca se sabe) cuando exaltó la capacidad combativa de las FAR, que, en el caso de una hipotética agresión yanqui, de seguro haría que estos mordieran el polvo de la derrota.  Al fin terminé. No veía la hora en que ese momento llegara. Creí ser libre, porque a fin de cuentas, como dice un dicho: “Guardia y preso es lo mismo”.

Pero nada de eso. Te quieren controlar hasta que te mueras. Así continúa en el trabajo, donde varias veces escucho de un jefe una frasecita odiosa llamada “sentido de pertenencia” para manipular a los demás y que hagan lo que él quiere. Ah, y debo ser parte de un sindicato que de eso solo tiene el nombre.

Quieren, además, que desfile los días señalados, firme declaraciones públicas en apoyo a causas que no comparto, en fin, no cuenta ser buena persona, buen trabajador, honrado, capacitado profesionalmente u honesto. Lo que vale es ser un buen corderito y sumarte a la comparsa. Nada más.

¿Y cuál es el futuro que pretenden darme? Una vejez con una mísera pensión derivada de este salario igual de miserable. Y que sea obediente… hasta la muerte.

Casi todos los días observo a pobres ancianos vendiendo maní, periódicos, jabitas de nylon (bolsas plásticas), etc, o buscando latas u otras cosas en tanques de basura, cuando se supone que deberían estar descansando en la recta final de sus vidas.

Todo eso nos han decretado. No está escrito, pero es real. La gente ni siquiera lo percibe, mas es parte de la programación que existe para cada cubano. Es un decreto diseñado para convertirnos en números, en sujetos sin autodeterminación, que contribuyan a la felicidad de aquellos a los cuales no les importa un pepino nuestro bienestar. Para sentirnos vacíos e infelices. Para que seamos fanáticos e idólatras.

La gran masa vil y sumisa. Esa masa compuesta por autómatas, gente sin alma, cuyas opiniones no son propias, porque están basadas en creencias que otros inocularon en sus cerebros, pues abdicaron de la facultad de pensar por sí mismos, ya sea por comodidad, supervivencia, o para no buscarse problemas.

Pero resulta que quienes establecen las reglas, lo hacen porque como detentan el poder y los privilegios, necesitan gente sumisa para garantizar el carnaval. Por eso, conmigo que no cuenten. No me gusta esa comparsa, además, nunca aprendí a bailar.

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