Muchacha que se muere de frío

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Este miércoles la estación de trenes se dinamiza. Un grupo de música tradicional, algún mago y pequeño stand de venta de libros ofrecen sus actividades como parte de un programa que al parecer dirige la Dirección Provincial de Cultura.

Es una buena iniciativa, aunque casi nadie parece prestar interés. Quizás un reguetonero del momento, aunque su música sea decadente, consiga despertarlo, pero no un grupo de desconocidos que canta boleros y son.

Siento una mezcla de pena y admiración por un señor que frisa los 70 y conserva la voz poderosa y melódica en vivo y sin necesidad de autotune. Canta su tema como si se encontrara ante un público numeroso y entusiasta, con la actitud digna de un profesional.

La gente, en cambio, conversa entre sí o se encuentra pendiente de sus teléfonos móviles. Cuando se aproxime la hora de salida, el gentío se aglomerará y ni tiempo o espacio le permitirán a los artistas retirar sus equipos y útiles, mucho menos despedirse. La indiferencia total sobre ellos rayará en el irrespeto.

La parte final de la actividad es un monólogo sobre libros. El librero enarbola uno titulado “Muchacha con frío”, hace una reseña de este cuaderno de cuentos, escrito por una autora cubana, joven, que ahora reside en Suecia. ¡Que suerte la de ella! -pienso.

Observo a mi alrededor, casi nadie está pendiente de sus palabras, se encuentran absortos en sus pequeños mundos. Lo ofrece a quien desee recibirlo. No encuentra respuesta.

¿Quién desea quitarle el frío a la muchacha? -pregunta con jocosidad en su afán por obtener atención.

Yo -responden a coro dos jóvenes que están sentados al final del salón.

Vengan a buscarlo -reclama el señor manteniendo el libro en alto.

No, tráeme a la muchacha para quitarle el frío -responde uno de ellos y el pequeño grupo que lo acompaña estalla en una risotada.

Pienso que al menos consiguió algo de atención, aunque a nadie le interese recibir el libro. Miro hacia los lados y observo un cuadro que ilustra la decadencia del momento. Una parejita de adolescentes que se besan cuerpo contra cuerpo con pasión y desenfado.

Están a pocos metros, puedo notar un combate de lenguas como espadas sacadas de una novela de Emilio Salgari. Nada parece importarles. Lo bizarro es que ella no puede tener más de 15, quizás unos 14. Muy pequeña, con tatuajes que sus delgadas piernas muestran a través de una saya recorta.

Me gusta el libro o más bien despertó mi interés desde el inicio. Quizás el ambiente hostil me ha retenido de salir a tenerlo. Por un instante caigo en la cuenta de que un tipo tan irreverente como yo, también puede sucumbir al molde social, a la presión de un grupo.

Entonces me revelo para cumplir mis deseos y levanto la mano y a la señal de alivio de ese señor que me indica que avance me dirijo hacia él.

Tomo el libro en las manos no sin antes responderle mi nombre. El librero solicita un aplauso para este valiente. No me conoce ni yo a él.

Soy un escritor desconocido, no soy Padura, ni Pedro Juan Gutiérrez, no importa. Sin embargo, la solicitud de aplauso y las palabras que dice como si fuese de héroes aceptar un libro me parecen ridículas.

Casi nadie aplaude, con excepción de quienes están en primera fila. Ingiero el trago porque al final me gusta leer y escribir. Sé que soy una especie en extinción.

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejon aquí.

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