Ellos son famosos, pero no me agradan

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Me ha sucedido dos veces. Ir a un timbiriche particular para comprar algo de comer para mi niña y que la muchacha de turno me trate con una cordialidad poco usual para esos casos.

En cada una de las veces llegué a pensar que suscité alguna clase de atracción en ellas, o que quizás mi hija de 11 años les pareció muy mona y de ahí ese trato dulce.

Hay otro hecho que, al parecer, no guarda relación alguna con lo anterior:

Hace alrededor de un mes, un señor que posee un jeep Willy comenzó a darme “botella” hacia mi trabajo, pero anteriormente no lo hacía.

Ya, con la amistad que hemos hecho, me dijo que cuando me veía en la carretera no me recogía, porque pensaba que yo era “seguroso” (así se les denomina a quienes trabajan para la policía política en Cuba) o inspector, y que ese tipo de gente a él le cae mal. Nos reímos, pero me quedé preocupado.

El enigma quedó resuelto cuando recientemente mi hermano me dijo una mañana –con esa pinta pareces un inspector.

Obvio. La mayoría de la gente, aun los profesionales, usan mochilas. En cambio yo, con mi portafolio, mi aspecto de tipo serio y mi modo de caminar con un tono arrogante, doy la impresión de ser eso: un jodido inspector.

Antiguamente pudiera dar la imagen de un abogado, médico o ingeniero, pero como hace tiempo que cualquiera posee título universitario en Cuba…

Y eso me hizo pensar que el trato deferente de las mujeres cuentapropistas no se debe ni a mi supuesto sex appeal ni a la gracia de mi hija.

Y recordé que no es la primera vez que me tratan bien cuando acudo a algún establecimiento de gastronomía. Precisamente esta semana compré unos plátanos y el vendedor me regaló de más.

El trato amable con los clientes no es algo que suela ocurrir en Cuba, ni en dependencias del Estado ni en las de particulares. Lo usual es la comunicación seca y en algunos casos hostil. El cliente no es un ente con derechos, más bien es el actor sumiso, la víctima de una escasa correlación de oferta y demanda, provocada por una escasez crónica de productos.

Pero a los inspectores estatales de Comercio sí se les trata con respecto y cordialidad, porque estos pueden imponer dolorosas multas y hasta cerrar un negocio.

A un conocido mío le cerraron hace meses su pequeño establecimiento, porque tenía a una mujer trabajando sin estar legalizada. Hace poco lo vi y en tono jocoso me dijo –No he podido abrir todavía, me tienen aplicada la Helms-Burton. Porque los cubanos somos así, nos reímos en medio de la desgracia.

Pues a mí los inspectores me causan aversión. No tendría nada en contra de ellos, si no fuera porque a pesar de que supuestamente velan por los derechos del consumidor, son instrumentos de represión económica contra la población cubana en el ejercicio de actividades que constituyen derechos humanos fundamentales, pero se encuentran prohibidas por un estado que ejerce su poder para decidir qué está permitido y qué no.

Además, muchos son altamente sobornables. Llegan a un lugar, aceptan dinero y sucede como si tuvieran esparadrapos en los ojos para no ver la ilegalidad. Bueno, lo del esparadrapo es un eufemismo, hasta eso está perdido.

Pero si no se les paga la cuota, si el cuentapropista no cede a su extorsión, entonces le aplican las normas con todo rigor. Y lo peor, por más “legal” que pueda parecer todo, como la ilegalidad es el oxígeno con que se sobrevive en Cuba, siempre existe algo que encontrar.

Por esas razones no me agradan. 

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejón aquí en Havana Times.

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