Cuba, un extraño paraíso

Por Pedro P Morejón

Niños en Matanzas, Cuba. Foto: Bill Klipp

HAVANA TIMES – Crecí en un barrio de campo, donde la gente solía ser más sana y los vecinos nos comportábamos como familia. Los muchachos “mataperreábamos” sin preocupaciones.

Jugábamos a la pelota, nadábamos en lagunas de bajas profundidad y algunas veces nos escapábamos al río, afrontando la posibilidad de recibir alguna que otra zurra de nuestros adultos. Trepábamos matas de mango o guayaba, gastábamos bromas a los mayores…

Un simple short sin camisa ni zapatos era nuestra vestimenta, pero así éramos felices, niños al fin y al cabo. Sin embargo, los años fueron pasando y mis amigos, ya adultos, se fueron desapareciendo, o mejor dicho, emigraron.

Recuerdo a Tomasito, mi mejor amigo de la infancia; Jorge, otro bien querido, cuyos padres eran gente “revolucionaria”, pues tenían cargos de dirigencia, miembros del PCC, y cuando Ana Teresa, la otra hija, se hizo católica por causa del novio, se vio obligada a irse de la casa. Años después, ya en los 90, la familia completa emigró sin recato.

Recuerdo a Lazarito Guerra y a Ángela su hermana; Omar y el Papo, también hermanos; Yudelkis, Juan Miguel, Maibí… y no quiero seguir porque la lista sería demasiado larga.

Puedo decir que más de la mitad de los muchachos con quienes me crie se encuentran viviendo en los Estados Unidos de América o en algún país de Europa, incluso, latinoamericano. Familias enteras que conocí, para ser más exactos.

Antes y después que todo eso ocurría, nos han repetido hasta el cansancio que somos dichosos, implícitamente, que vivimos en una especie de paraíso.

A ratos recuerdo esa canción que una parte del texto reza “será mejor hundirnos en el mar que antes traicionar la gloria que se ha vivido”.

Y tal parece que el autor no quiso hundirse. Hoy vive fuera de Cuba y reniega de aquello que defendió.

También aquel tema musical de Osvaldo Rodríguez que hacía las delicias de la transmisión televisiva en los desfiles por el 1ro de mayo, allá por los 80, en mi época de infante, también abandonó el paraíso.

Cualquier mente básica llegará a la conclusión de que este paraíso es sui generis. Tanto es así, que en el clásico paraíso el dios de la Biblia solo puso una prohibición: ni Adán ni Eva podían comer del fruto prohibido, pero de todo fruto de los demás árboles sí. Transgredieron y lo pagaron, entre otras cosas, siendo expulsados.

Pero el dios de nuestro paraíso estableció tantas prohibiciones que casi todo es pecado, por eso la gente se quiere marchar sin esperar que los expulsen, y ni siquiera los querubines, serafines y el resto de ángeles privilegiados resisten vivir en él. Optan por convertirse en ángeles caídos. Terminan largándose.

En este edén existen pocos frutos que comer y son de mala calidad. Es un paraíso bastante extraño. Pues vivir en él, es en sí, una maldición.

Lo más sorprendente es que todavía quedamos algunos soñadores que no queremos autoexpulsarnos, porque conservamos la vieja esperanza de que esto deje de ser ese promocionado paraíso y se convierta en un país normal, ni más ni menos, y entonces, solo entonces, poder aspirar al desarrollo.

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