Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Desayunar, algo que desconocen muchos cubanos, o quizás estoy equivocado, una taza de café puede ser un desayuno. Mucha gente se levanta y es lo que toma antes de salir a luchar el día. No sé si por las propias carencias o por la costumbre derivada de estas. Un vaso de leche suele ser un lujo. Todos saben que a partir de los 7 años nada te la garantiza.

El pan que te venden cada día, ya malo de origen, viene peor; sale sin el aceite y el gramaje oficial. Muchos panaderos roban para negocios o subsistencia. Los adultos lo rehúsan a favor de los niños de la casa. El pan mejorcito, de $4.00 CUP cuesta su buena cola, y no está asequible en todos los lugares. En Puerta de Golpe no lo venden. Antes pasaban vendedores proponiéndolo a $ 6.00 CUP, no lo han hecho más, al parecer les quitaron las licencias.

De ahí que desayunar cada vez se convierte en un reto. Y de ahí también que el yogurt de soya se ha vuelto más popular en Cuba que el reggaetón.

No puedo dejar de desayunar. Soy pobre, pero me acostumbré desde niño a hacerlo. Por eso, esta mañana salgo a buscarlo. Se me acabó el que tenía y la leche en polvo no se encuentra ni en los centros espirituales.

Cuando llego ya existe una cola desde el parque. No hay yogurt todavía, pero debe traerlo un camión. Marco en la cola y me ubico donde mejor puedo. Hay una sequía brutal. La hierba casi desapareció y los árboles están marchitos, casi no dan sombra, pues las hojas se han caído. 

El que espera desespera, dice un dicho, pero he aprendido a esperar. No tengo de otra, nada se me da fácil. Pienso que los hombres alfa no deberíamos hacer colas y me sonrío. Al menos conservo un buen humor.

Un señor viejo conversa con otro sobre pesca, dice que en la presa están picando bastante. Parece un experto en el tema y me entretengo escuchando. A la hora y media llega el esperado camión. Mientras descargan las cajas de bolsas de yogurt la gente se aglomera por la ansiedad de comprar.

Comienzan las peleas, que sí tu no vas ahí, que si se están colando. Una de las dependientes, corpulenta, sale a organizar el tumulto exigiendo un metro de distancia. Amenaza con buscar al jefe de sector. La muchedumbre va cediendo a regañadientes.

Un anciano que se mueve con dificultad parece desorientado. No recuerda detrás de quien iba y la cola tiende a relajarse. Ahora surge otra discusión. Me ofrezco para ponerlo delante de mí, pero la mujer corpulenta le dice que se vaya para su casa, que lo que está orientado es que las personas de su edad no deben salir, que alguien por el CDR le lleve los alimentos.

El viejito protesta, pues según él nadie lo ha visto para eso. Insisto en ponerlo delante de mí pero algunos que van detrás se quejan. Por suerte, el anciano logra comprar, después lo hago yo. Solo dan una bolsa por persona.

Cuando al fin salgo de esa “perrera”, ya de camino a casa, recuerdo un cuento de Pedro Juan Gutiérrez Cazadores de mamut, ambientado en la Cuba de los 90. Creo que después de casi 30 años el país no ha cambiado mucho. Seguimos siendo lo mismo: cazadores de mamut.

Continúa la escasez, que ahora se agrava en medio de esta pandemia. Creo que en mi cuartico de desahogo vi un rollo de pita vieja con un anzuelo. Quizás lo encuentre esta tarde, saque unas lombrices y me vaya a pescar al río.

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