Granjeros Urbanos de La Habana

Por Paula Henríquez

Foto: srperro.com

HAVANA TIMES – Cuando el desabastecimiento y la necesidad crecen, hay medidas nuevas que adoptar. En un momento en que los productos escasos se vuelven lo cotidiano y las alternativas para subsistir se reducen al mínimo, el ser humano encuentra una salida para seguir viviendo.

El problema comienza cuando no todos buscan la solución más idónea para no afectar el entorno en que coexisten con sus semejantes.

¿El ser humano es un ente social? Esa pregunta me la hago a diario cuando me levanto y trato de respirar parado en la ventana de mi habitación. El hedor de los residuos provenientes de unos agraciados ejemplares de la raza porcina frustra cualquier intento de inhalación plena en la mañana.

Pero eso no es lo peor. Luego, un poco más tarde, cuando el sol está en lo más alto, ese coctel de aromas cobra vida y golpea con contundencia mi sistema sensorial.

Vivo en La Habana, una ciudad densamente poblada, donde la mayoría de las casas comparten una pared en común. No es difícil imaginar la distancia que existe entre mi cama y esos olorosos animales.

Vale decir que esa no es la única especie: el señor vecino también tiene aves de corral, conejos y un pobre can al que le ha tocado vivir una condena más cruel que la del Conde de Montecristi. La realidad es que esa pequeña granja urbana no se asea con regularidad. Ese no es un tema que preocupe a nuestro granjero, claro está. Para que quede claro, no es una de sus prioridades.

Pero la cosa no acaba con los malos olores. Ese no es el peor de los puntos. La falta de higiene además trae como consecuencia que empiecen a proliferar otras especies del reino animal, menos agradables y peligrosas. Y estos pueden llegar a convertirse en plagas.

Es así como empiezan los conflictos de convivencia. Problemas que pueden evitarse con las adecuadas medidas sanitarias que regulen o eviten, según sea el caso, la cría de esas especies.

No nos queda otra opción a mi familia y a mí que adoptar nuestras propias medidas sanitarias para equilibrar el frágil ciclo de la vida. Entre estas se encuentra la de tener un lindo gatito que ha puesto a raya a inquilinos indeseados. También ha estrechado una buena amistad con el can que cumple tan dura condena. Los olores, por otro lado, son asuntos más complicados. No hay otra forma de evitarlos que no sea invitando cordialmente al granjero a que atienda sus obligaciones ciudadanas.

Mi caso no es aislado. Conozco a otras familias que también son víctimas de las granjas urbanas, o, mejor dicho, de quienes la gestionan. Si no tienen una conducta cívica y, por consiguiente, no respetan a los que comparten su espacio vital, esta alternativa de subsistencia les debería ser suspendida.

Mientras alguien no pose sus ojos en este problema y tome medidas que regulen esta labor, seguirán apareciendo estas pequeñas granjas en la ciudad, rompiendo con la tranquilidad y desestabilizando una ya frágil armonía.

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