Vacaciones a lo cubano con poca diversión

Osmel Ramírez Álvarez

HAVANA TIMES – Los meses de julio y agosto coinciden con las vacaciones de una parte significativa de los cubanos. Es el receso escolar más prolongado del año, (uno o dos meses, dependiendo del tipo de enseñanza), y muchos trabajadores y centros laborales no imprescindibles planifican su descanso para coincidir con los hijos, y con el periodo estival, claro. Por eso, verano y vacaciones se han vuelto sinónimos en Cuba.

Naturalmente es un momento del año para divertirse, romper la rutina y pasear. Tal vez visitar parientes. Sin embargo, la realidad es que no contamos con los recursos necesarios para hacer de las vacaciones lo que implica su nombre. Para muchos se vuelve un dolor de cabeza. Representa, entonces, más estrés y gastos, y el dinero que se gana honradamente, como fruto del trabajo, para la mayoría no alcanza para nada.

Sumado a eso está la presión de tener los niños permanentemente en casa, queriendo y hasta puede que exigiendo divertirse, imposibilitados en su inocencia de comprender nuestra realidad. Una triste y desesperanzada realidad que uno no quisiera ni que la entendieran, pues va y aprenden a aceptarla mentalmente, lo cual sería fatal para ellos y para el país.

Este periodo es por excelencia el de bañarse en playas, ríos, represas y piscinas. El calor infernal día tras día nos obliga a pensar en ello. No solo porque permanentemente hay 32, 33 o más grados Celsius, sino por el efecto “temperatura de bochorno”, (mayor sensación térmica producto de la alta humedad relativa), que nos asfixia. Y como nuestra isla es estrecha siempre hay una alta humedad en el aire.

Disfrutar de una u otra opción depende de la geografía que nos rodea y, siempre lo mismo, del dichoso bolsillo. Los ríos en el campo están menos contaminados, pero podríamos ignorar la existencia de una cochiquera que, por negligencia y falta de control, vierta sus residuales. Cerca de las ciudades la gente se baña habitualmente en los ríos, pero no es recomendable. Generalmente están contaminados y representa un peligro serio de salud.

Los campismos son muy buena opción, pero tienen pocas capacidades frente a la demanda, pero los precios en esos lugares, que hoy llaman módicos, están bien altos. Igualmente sucede cuando vamos a la playa. Casi todas tienen infraestructura hotelera y gastronómica dirigidas al turismo internacional. O tal vez al nacional, pero no a los obreros, sino a los cuentapropistas exitosos, los malversadores o los que reciben remezas gordas.

Sí, estamos de vacaciones en esta isla hermosa, llena de esplendor natural y atractivos turísticos, rodeados de nuestros familiares ávidos de una buena escapadita para pasarla bien y tener historias emocionantes que contar cuando comience nuevamente el trabajo o el curso escolar, pero ¿cuánto cuesta? Ya tenemos la cabeza hecha agua buscando qué comer con todo escaso y carísimo, ganando un salario de miseria. Divertirse es agregar más carga a quien ya desfalleció.

El aumento de salario que anunció Díaz Canel es inmenso matemáticamente hablando, porque duplica o triplica los ingresos de muchas familias, pero es ínfimo frente a los precios del propio estado. No alcanzaría para vacacionar ni una sola vez, ni en lo más barato.

Por suerte vivo en el campo y cada vez que se me antoja, junto con mi esposa e hijos, voy al arroyo más cercano. Allí, a la sombra de un árbol rompo mi rutina, y me refresco un poco. También los vecinos estamos coordinando un camión particular para ir a la playa.

No me resulta nada divertido ir brincando dentro de esa jaula metálica, hermética, por una carretera llena de baches, decenas de kilómetros. Pero me sacrifico para que mis hijos vean el mar y disfruten de las olas. Porque ni soñar con un pasa-día, o menos un fin de semana, en esas opciones hoteleras ofertadas al mercado interno, mucho con un transporte fabricado para seres humanos. No llego ahí.

En resumen, estamos de vacaciones y ¿nos divertimos? –bueno, al menos resulta un poco cuestionable, ¿verdad?

 

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