Sigo dependiendo de la tierra, es parte de mi vida

Por Osmel Ramírez Álvarez

HAVANA TIMES – Tengo varios proyectos de carácter intelectual que aguardan porque un día tenga mayor holgura en mi tiempo: varios libros interesantes y útiles que quisiera leer y no paso de pocas páginas; trabajos de mantenimiento en la casa que reclaman mi atención; y así, decenas de cosas que postergo parcial o totalmente porque priorizo lo importante, lo urgente.

Y lo urgente para mí ahora mismo son tres cosas:

En primer lugar, mantener mi familia con lo básico, al menos, pues tengo tres hijos, una esposa que dependen de mí económicamente, y hasta a mis padres tengo que apoyarlos de vez en cuando. Una gran odisea sin lugar a dudas en este país tan difícil, donde lo único que vale una miseria es el trabajo de las personas.

Segundo, tratar de ser útil a mi país, al cambio que Cuba necesita hacia una democracia, aportando ideas, empujando el consenso entre cubanos, ayudando a comprender nuestra complicada realidad y cooperando en la necesaria incorporación de nuestros ciudadanos de manera activa a ‘la cosa pública’.

Es que sueño con un país mejor, en el que no sea un imperativo emigrar o robar para tener lo que soñamos y para que eso sea posible tenemos que dejar de delegar tanto y aprender a participar.

En tercer lugar, es mi propósito de vida ser feliz o lo más feliz posible, aun en medio de las dificultades. Mantenerme lo más sano posible de cuerpo y de mente, sin odios, sin resentimientos, sin lamentaciones y sin fatalismos. Por el contrario, con mucha resiliencia, fe en el futuro y confianza en el valor de lo que hago y hacemos. Sin una actitud así ante la vida, ella misma te traga en la vorágine cotidiana y se vuelve imposible ser eficiente y proactivo.

¿Y dónde entra la agricultura en todo esto?

Realmente me gusta el tema agrícola, pero más como un entretenimiento. Si lo hago de forma comercial o de subsistencia es debido a las adversas circunstancias económicas que me obligan. Por eso encaja en las tres prioridades de mi vida, que son la base de mi estrategia.

Cultivo como complemento para matener a mi familia, porque lo que gano con mi actividad intelectual me alcanzaría para mí solo, pero se queda corto con esta familia numerosa que tengo. Pero no me pesa, mi familia es mi oasis. El amor de mis hijos y de mi esposa son un refugio incomparable. Y la compañía de mis padres, que viven a mi lado o mis hermanas y sobrinos, primos, tíos, de todo, es complemento. Vivo así, rodeado de familia y me siento querido.

Con frecuencia alguna que otra persona que me conoce me habla con tristeza de verme dedicado a la agricultura, sucio a veces, con mi viejo sombrero de yarey y ropa vieja de campo. Me dicen cosas como esta: “Con tanto que estudiaste, es un crimen que estés trabajando la tierra”. Y yo, jovial como siempre, les contesto que cuando estoy en el campo soy tan feliz como cuando estaba tras el microscopio o en una cámara de flujo laminar en los laboratorios en los que he trabajado como biólogo. Lo hago incluso cantando. Pero no me comprenden.

Entiendo de sembrados y de las labores que llevan las plantaciones para que fructifiquen bien, igual que de anatomía, genética molecular o ecología. No me considero un campesino realmente, porque esa no es mi identidad principal. Pero el campo siempre ha estado a mi alrededor desde que nací. Aunque mi padre y mi abuelo eran obreros, del comercio y de un central azucarero respectivamente, nunca se desvincularon del trabajo agrícola.

De mi abuela heredamos dos hectáreas de tierra que ella igual heredó de su padre, y este del suyo, mi tatarabuelo llamado Ramón Segura, un hijo de españoles que no apoyó a los mambises, porque le gustaba más mantener el vínculo con España. Era su derecho. La república de 1902 respetó las propiedades y hasta hoy es tierra particular, que era una finca de una caballería, pero se subdivivió entre los descendientes.

Es tierra muy fértil de aluvión, de las mejores de Cuba (sin exagerar) para el cultivo del tabaco. No es grande mi parcela, comercialmente hablando, pero ayuda al sustento. Y ayudaría más si pudiésemos sembrar lo necesario, pero debido al alto índice de robo no podemos. Solo tabaco, que no se come, y robarlo es complicado por el proceso que lleva para que tenga valor comercial, y lo demás por pequeñas fracciones.

Este año volveré a sembrar tabaco. No se han resuelto todos los problemas que hace dos o tres años atrás hicieron de ese negocio algo más riesgoso que jugar a los dados y me obligaron a retirarme, pero sí el más importante: la empresa, al ver el declive productivo, está valorando el producto con mayor justeza. Y como hay pocas opciones que inventar, estoy ahora mismo tratando de conseguir financiamiento para un pequeño ‘conuco’. Algo complicado en medio de tanta burocracia.

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