Mi vivencia en la cola del pollo

Por Osmel Ramírez Álvarez

Esperando la llegada del pollo en Mayarí, Holguin.

HAVANA TIMES – Desde hacía tres o cuatro días se escuchaba la ‘bola’ de que iban a sacar pollo en el quiosquito del parque más cercano a mi casa, en El Cocal, Mayarí. Pasaba por allí a menudo y se veía la gente esperando, poniendo las reglas para no perder los turnos y evitar que se metan más personas a la hora cero. En una de esas pasaditas me llamó un buen amigo y me dijo “hermano, te tengo un turno”.

Le agradecí con efusión por el gesto tan solidario, pero realmente no creía que pudiera comprar. Casi siempre hay que aguardar por varios días, y en vano. Tampoco tengo tiempo para ir a rectificar dos o tres veces al día y amanecer para ‘aguantar el turno, porque son muchas las obligaciones que penden sobre mí como padre de familia, agricultor, periodista; con la crisis un hombre tiene que ser veinte hombres.

Ni me acordaba de santa cola, cuando este sábado me sorprende la llamada del amigo y me dice, “oye, ven para acá rápido que ya el pollo viene en camión, esto está lleno y tienes que estar cuando recojan el Carné. Yo te rectifiqué el turno”. No lo podía creer y me sentí un poco inmerecedor de comprar frente al sacrificio tan grande de mi amigo.

Pero fui, vergüenza a un lado, por las ganas de comer pollo, ausente en mi mesa desde no sé cuándo. Había unas 400 personas, haciendo bulla, verificando su lugar, formando molotes y aguantando un sol infernal, porque no hay sombra alguna en los alrededores del pequeño quiosco de la Cadena de Tiendas Panamericana.

Tiene frente al mostrador un portal (porche) de 1.5mX2.5m y está rodeado por una cerca de malla metálica, más al frente una plazoleta y una calle entrante sin asfalto, que da a la principal. Algunos con sombrillas, principalmente mujeres, unos pocos hombres con gorras, pero la mayoría con la cabeza resistiendo la inclemencia del fuerte sol de julio.

Llegué a las 8:00 de la mañana y ya estaban todas esas personas ahí, expectantes, con sus rostros sudados y el alma angustiada por la posibilidad real de irse con las manos vacías. Faltaba saber si finalmente llegaría el producto, ya que en ocasiones anteriores habían hecho la sacrificada cola por gusto y ahora podía ser igual. Lo otro es la expectativa real de alcanzar, pues casi siempre llega muy poco para la cantidad de gente que espera, a pesar del racionamiento en la venta.

Pasó una hora y dos y tres, pero nadie se iba, nadie desistía. Con los ojos ‘pelados’ exploraban permanentemente la calle principal por donde arribaría un panel blanco, que siempre trae el suministro. Ya todo el mundo lo conoce, de tantas veces vigilar su llegada. La policía está desde temprano, pero hoy hay temores de que no puedan controlar la aglomeración, porque solo hay un agente. Otras veces con tres policías ha sido difícil conseguir el orden.

A las 12:10 minutos llegó el carro. El alboroto fue grande y se volvió a organizar la gente en fila. Mi turno por la mañana hacía el 14, pero ya a esa hora era el 31. Siempre hay quien se mete, que si un primo o el cuñado. Es inevitable. El nerviosismo aumenta también porque solo llegaron 20 cajas, con un promedio de 10 paquetes de 3 CUC cada una. 200 paquetes, a uno por persona, no alcanzaban para la mitad de los que aguardaban desesperados.

Media hora demoró darle ‘entrada’ a la mercancía y contar dos o tres veces los paquetes. Si le falta uno solo el dependiente perdía el salario de tres días. Comenzó entonces la recogida del Carné de identidad, por el policía, en las diferentes colas.

Unos lograron otros no.

Recogió 75 mujeres, 75 hombres, 15 embarazadas o con niños, 15 impedidos físicos y 15 obreros de una empresa cercana que su sindicato les hizo la gestión para que fueran priorizados por no tener tiempo para hacer colas. Los otros 5 paquetes eran para los organizadores de la venta: el dependiente, el policía, el ‘voluntario’ que echa solución clorada en las manos y así por el estilo.

Durante la entrega del Carné, al policía, en el grupo de los hombres se formó un molote y ya ni se sabe quién cogió tocándole o quién no. Lo cierto es que más de la mitad se quedó fuera y tuve la suerte que pude entregar el mío. Era penoso ver tanto sacrificio en vano; las expresiones de la gente blasfemando por la vergonzosa situación; unos molestos de impotencia, otros rabiosos por el desorden: todos frustrados.

A las 2:25 pm salí de allí, con tremendo dolor de cabeza debido al sol y al bullicio, un paquete de pollo de un kilo y medio en la mano, y con tremendo problema: ver cómo lo repartía entre la familia numerosa que tengo. Finalmente hice una comida familiar para probar una pizca entre todos, y eso, gracias a mi amigo que me dio ese vendito turno, luchado heroicamente en una cola de cuatro días.

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