El tabaco es parte de mi comunidad y de mi vida

Por Osmel Ramírez Álvarez

Osmel Ramírez

HAVANA TIMES – Vivo en la comunidad de Guayabo, en el valle del río Mayarí. Precisamente ese emblemático afluente divide el valle en dos, casi por el centro. En el lado sur-oeste es donde vivo, que es la parte más poblada y desarrollada, pues está la ciudad cabecera del municipio.  Y ambos homónimos con el río, el valle y la ciudad.

Con ubicación suburbana, la diferencia entre esta parte agrícola del valle y la otra es que aquí las vegas están subdivididas y llenas de caseríos familiares, y en la otra las fincas son grandes. Son propiedad del Estado casi completamente por la Reforma Agraria y repartidas en usufructo, desde hace más de una década, a productores particulares.

En todo el lugar las tierras son excelentes para el cultivo del tabaco, pero hay vetas más prominentes que otras. Se destacan las vegas de arena y arena-semibarro que colindan con el río, porque producen un tabaco suave, sedoso, de color oscuro, ardedor y con ceniza blanquísima. Es un misterio de la naturaleza, pero está comprobado que entre más se acercan las tierras al macizo de la Sierra Nipe, especialmente hacia la vertiente del arroyo de Colorado, el tabaco va perdiendo calidad, principalmente se vuelve apagón y la ceniza más oscura. 

Pero Guayabo completo es excelente para la emblemática solanácea. Aquí todo se vincula a su cultivo, pues es la principal fuente de ingreso de una gran parte de la población, directa o indirectamente. La bodega se llama La tabacalera, en la escuela el círculo de interés que no falta es sobre el tabaco; la cooperativa percibe el 90% de sus ingresos de las ventas de tabaco de sus socios y miles de mujeres y hombres trabajan en su cultivo durante cuatro o cinco meses del año, la mayoría.

Aquí se planta desde el siglo XVIII, según se cuenta. Hay una gran tradición, aunque las técnicas han cambiado. Cuentan los más veteranos que hasta la década del 40 del siglo pasado se cosechaba “a mata entera”. Dos plantas completas se amarraban a cada extremo de una amarra de yarey húmedo y luego se colgaban a un cuje de madera o en una estaquilla que se fijaba al techo de pencas de guano.

Pero dos hermanos de Vueltabajo, de apellido Rodríguez, se mudaron a la localidad e introdujeron un nuevo método de recolección, “al brazo”. Con una cuchilla curva en la punta se troza en partes de a tres hojas la planta y se acomoda en el brazo del “cortador” que habilidosamente los va entrecruzando y luego los acomoda con maestría en el cuje. Enseguida se generalizó, pues significó un gran avance.

Ya en los 90 se introdujo otra técnica por parte de la Empresa Estatal Tabacuba, la de “el ensarte”. Esta es más compleja, pero tiene sus ventajas principalmente en el cuidado de las capas y para el acopio una vez seco. Esta técnica se exige solamente en el tabaco tapado para capas finas de exportación.

Otra cosa que cambió es el marco de plantación. Antes era de 85 cm entre surco y surco. Ahora se exige que sea a doble hilera, en la que se alternan dos surcos distantes a 50 cm y una calle intermedia a 90 cm para el laboreo. Es un método más productivo.

Muchas familias ven mejorados sus ingresos, al menos una etapa del año, de octubre a marzo, gracias al tabaco. Genera empleos abundantes. La gente hace planes con ese dinero potencial. Las amas de casa se vuelven “ensartadoras” de tabaco y ganan de 60 a 100 pesos por jornada, en dependencia de la habilidad. Los más jóvenes recogen hojas o deshijan las yemas que brotan, o ranchean, porque al menos una vez por semana hay que retocar (literalmente sacudir) los cujes en proceso de curado para que no se peguen unas con otras y pierda calidad.

Más allá de las dificultades que comúnmente presentan los productores, de lo prolongado del tiempo muerto entre cosechas para los trabajadores, de la falta de medios de protección y del daño que produce a la salud el uso y abuso del tabaco, para nosotros es una planta mágica, es parte de nosotros, de nuestra idiosincrasia.

Aunque el uso más extendido del tabaco sea para fumar inhalando el humo, tiene también usos medicinales muy variados. Si tienes una herida o un tumor aquí se pone una hoja de tabaco sobre ella con algún ungüento. Para el dolor de cabeza con cebo de carnero o mentol. Para el dolor de muela masticar la hoja seca. Y así por el estilo.

En fin, que en este barrio crecí entre surcos de tabaco ayudando a mi abuelo o a mi papá en sus conucos. Ciertamente fui a la universidad y me hice biólogo, y ahora soy periodista independiente. Pero nunca he podido desprenderme de mis raíces y terminé sembrando tabaco para sobrevivir. Claro, y también para disfrutar la magia de ver crecer mis plantas día por día. Sin duda, una experiencia de vida maravillosa.

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