Vaya pacto con el diablo

Osmel Almaguer

Un "paladar" cubano. Foto: Caridad

Semanas atrás bajé al Infotur de Cojímar con el ánimo de compartir con algunos amigos y tomarnos unas cervezas. Qué decepción al llegar y encontrarnos con un dependiente que de mala gana nos dijo que no nos podía vender ninguna cerveza porque la nevera estaba rota.

Unos metros más allá descubrimos una paladar, al parecer recientemente inaugurada, en la que vendían la bebida a 1.50 CUC, o sea, medio CUC por encima del precio estatal. Por suerte o por desgracia -suerte porque al menos no nos quedamos sin refrescarnos ante el calor veraniego, y desgracia porque nos salió un 50 percent más caro- la nevera de la paladar funcionaba a las mil maravillas.

Y yo me pregunto ¿como un particular que comienza un negocio puede tener más posibilidades de venta que un Estado que todo lo monopoliza?

Recordemos que estamos hablando de Cuba, país en el cual el capital no ha circulado por excelencia a través de las manos privadas, y en el que hace más de cincuenta años la pequeño-burguesía, al menos en apariencia, se extinguió.

Aunque parezca que se trate de centavos, recordemos también que en Cuba dar un CUC por una cerveza es entregar el esfuerzo de dos días de trabajo.

Hay barrios pequeños en los cuales es imposible ocultar las cosas. Cojímar es uno de estos. Días después despejé, a través de un amigo que conoce a uno de los dependientes de la paladar, mi duda sobre el asunto.

Se trata de un pacto entre el gerente del Infotur y los dueños de la paladar. Aquel declara rota la nevera y le suministra la cerveza a estos, que la venden más cara y le pagan una comisión al jefe corrupto.

¿Resultados? El nivel de ventas del Estado se mantiene alto. Los dueños de la paladar, al no encontrar la competencia del Infotur que debe vender la cerveza menos cara, eleva sus ventas y sus ganancias. El gerente y los dependientes del Infotur se embolsillan la comisión.

Entonces, ¿quién sale perdiendo en este negocio aparentemente redondo? El cliente, es decir, el pueblo, el de siempre, el que trabaja y paga.

Este, no es un caso aislado en nuestro comercio interior, lo digo de buena tinta, pues trabajé dos años en una empresa de turismo.

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