Más allá del ministro, más allá del escritor…

Osmel Almaguer

Foto: Raquel Pérez

HAVANA TIMES — Hace unos días asistí a un espacio literario que tenía como invitado al escritor Abel Prieto Jiménez. Y recalco “escritor” porque aunque todos sabemos que ha sido Ministro de Cultura y que actualmente cumple funciones como asesor del Presidente de la República, su presencia allí se debía únicamente a su faceta como hombre de letras.

Sus novelas El vuelo del gato y Los viajes de Miguel Luna, así como una serie de ensayos de gran lucidez y profundidad reflexiva sobre diversos temas de la literatura y la realidad cubanas (hasta donde yo conozco nunca reunidos y organizados en un volumen) son credenciales suficientes.

El espacio, además de la literatura, toca también lo humorístico dentro ella, campo en el que sin dudas también ha incursionado Abel. Esta vez, sin embargo, cuando todos esperaban la lectura de algunos pasajes hilarantes de sus novelas, o el relato de alguna anécdota curiosa en su proceso de creación, se aparece con una propuesta que, por seria, no dejó de hacer reír al público asistente.

Eran unos ensayos en los que se encargaba de analizar y comparar el chiste llamado “contrarrevolucionario” cubano, con los que se propagaron en el Campo Socialista antes de su desaparición.

El intelectual propuso algunas ideas interesantes, y señaló diferencias raigales entre el “chiste ruso” y el cubano, apuntando sobre este último que: “no existen ―casi― los personajes escindidos”, que “las situaciones que se recrean no tienen una naturaleza colonial”.

Aludió también a la importancia histórica del chiste como catarsis ―sobre todo en la etapa del Período Especial― y a esa característica tan típica del cubano de burlarse de aquello que le provoca sufrimiento. Me parece que su intención, con este trabajo, es aprender de los errores ajenos y los del pasado.

Mientras hablaba, le miré fijo a los ojos (el reducido espacio de la sala lo permitía) para intentar conocerle. Cuando uno mira a una persona directo a los ojos se puede obtener mucha información. No por gusto se ha dicho que son “la ventana del alma”.

En ellos, o más bien en su expresión, conformada por esa especie de aureola a su alrededor, se refleja el sufrimiento o la felicidad, la paz o el rencor, la bondad o el amor que existen dentro de la persona.

En ellos encontré a un hombre convencido de las palabras que pronuncia, a una persona atenta con todo el que le rodea, a un altruista, a un pensador atormentado en la tarea de comunicar ese barullo que a veces forman las ideas en la cabeza.

Era un hombre del cual, aunque no pensaba exactamente igual que yo (lo contrario hubiera sido una locura), me sentí muy cerca espiritualmente.

En ningún momento crucé palabras con él, pero cuando se marchaba pasó junto a mí y, con una frase cubanísima, acompañó un apretón de manos, como si hubiera estado leyendo mi pensamiento en todo momento.

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