Maquinitas de juguetes

Osmel Almaguer

Niños pintando.

Conversábamos sobre los adelantos de la tecnología. Mi amigo había sacado su equipo de sonido para el portal.  Pondría la música en la fiesta de los CDR.

El aparato llamaba la atención de todo el mundo. Es un mueble de los años 70 que una amiga canadiense le regaló hace mucho tiempo. Entonces alguien comentó:

“Es un milagro que un artefacto tan antiguo se escuche con tanta calidad.”

“Es que los capitalistas de aquella época producían mejor, pues había más competencia. Ahora los equipos son más pequeños y sofisticados, pero no duran como antes,” le contesté.

“Los cubanos hemos dado un gran salto en el espacio, pero hacia atrás,”  agregó con ironía el hermano de mi amigo.

No necesitó explicar más. Los presentes reímos a carcajadas porque sabíamos que se refería al hecho de que ese equipo llegó a Cuba cuando ya era tecnología antigua, y sin embargo para nosotros fue una novedad.

Y continuó diciendo:

“La gente de los países atrasados no llega a ver todos los inventos del mundo desarrollado, pues muchas veces caducan antes de llegar a esta parte del mundo. –Seguro que dijo esto pensando en un documental

japonés que pasaron hace unos meses por la TV, en el que se mostraba como millones de computadoras son arrojadas al mar anualmente en su condición de tecnología superada.

“El hijo de unos franceses que viven por aquí cerca tiene unas maquinitas de juguete que tira contra el piso y que no se rompen. Pesan mucho, y están hechas con lujo de detalles. Las puertecitas se abren y el chofer puede verse a través del parabrisas,” agregó mi amigo.

En mi infancia nunca tuve un juguete como esos. Aunque cuando uno es niño se entretiene con cualquier cosa, por tener tanta imaginación, no sé por qué sufría cuando veía aquellos juguetes sofisticados lejos de mi alcance. Era la época de los artículos de fabricación socialista, todos los de la URSS, y feos los cubanos.

En cierta ocasión, hastiado de la burocracia de este país, cansado de que casi ningún mecanismo civil funcionase con efectividad, Cuba se me antojó como una de aquellas maquinitas cuya condición de juguetes resultaba excesiva.

En ellas, como en las cosas de esta isla, había que poner demasiada imaginación para creer que funcionaban sin ayuda, o que sus puertas se abrían, las luces se prendían y el claxon sonaba. 

Pensé también en la relación entre el peso de las cosas y su valor práctico. Pareciera que el peso hace concretos y verificables los objetos. Por eso nuestros juguetes y demás objetos materiales pesan poco. Por eso nosotros mismos perdemos peso día a día, y mientras menos nos afecta la gravedad, menos logramos mantener los pies sobre la tierra.

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