Ya no hay servicios en Cuba

Por Nike

HAVANA TIMES – Cojímar fue siempre un pueblo tranquilo, con una bahía discreta y playas de arrecifes. Era conocido como un lugar de pescadores, aunque hoy sea tan difícil ver un pescado. Pero no es de esto de lo que quiero hablar. Como poblado cercano a La Habana, Cojímar contaba con muchos servicios que hace más de veinte años no existen.

Algunos llegaron hasta la década de 1990, como fue el caso del gas. Este servicio llegaba a nuestra casa en un camión que además del chofer contaba con dos trabajadores que eran los responsables de trasladar el balón lleno hasta el lugar donde se colocaba y era sustituido por el vacío. El cliente no tenía que tocar el balón de gas que pesaba cien libras.

Dicha entrega se solicitaba mediante una tarjeta que se depositaba en el correo y antes que se terminara el valón en uso llegaba el camión. Eso costaba 11 pesos cubanos.

Hacia mediados de la década de 1990, los valones de cien libras fueron sustituidos por los actuales que pesan de veinte a veinticinco libras y que hay que ir a buscarlo al punto asignado por el Estado y en un plazo de tiempo preestablecido.

Mujeres cargando la balita de gas.

La imagen de una mujer joven o anciana cargando la balita del gas –como le decimos- es una de esas penas a la que no me acostumbro. Para los hombres es también un gran esfuerzo. De ahí que muchos sufran de dolores de espaldas y rodillas.

Quizás la enfermedad más frecuente en mi país, después de la hipertensión arterial, sean los problemas de la columna. Es un cálculo personal basado en mi propio esposo y en la cantidad de hombres que veo con cinturones de protección.

A fin de cuenta, los servicios son precisamente para hacer más fácil la vida…

Otra servicio que llegó hasta la década del noventa fue la de tintorería. De niña recuerdo el camión que llegaba a casa de mis abuelos ofertando lavado, planchado y teñido de todo tipo de prendas de vestir, hasta cortinas, sobrecamas etc., a precios módicos.

Este tuvo un final lento. Recuerdo que a inicios de 1990 mi abuelo comenzó a quejarse de que las camisas que le llegaban no eran de él y los pantalones eran casi de última moda. Sin embargo, a la casa de un amigo Friki llegaban los sacos de los años cuarenta que usaba mi abuelo.

Esa era la parte más simpática. Lo doloroso para mis abuelos era cuando las camisas llegaban rotas o con los botones derretidos por las planchas. Mientras las sobrecamas nupciales -probablemente recuerdos de su luna de miel- las recibía empercudidas o con manchas de grasa.

El detalle de las manchas de grasa fue algo que intrigó a mi abuelo hasta la hora de su muerte. Una vez me mostró indignado los manchones y me dijo que aquellas sobrecamas habían soportado tres gobiernos y no se le había abierto ni un hueco. Ese servicio ya no existe.

De niña también llegué a ver los camiones de botellones de agua La Cotorra, que venían de Guanabacoa. Uno de esos vehículos pasaba todas las semanas y el trabajador -lo mismo que el servicio del gas- dejaba el botellón en sitio de la casa, donde se le indicara.

Eso duró hasta la década de 1980. Lo recuerdo con exactitud, porque a partir de esa época en mi residencia comenzamos a hervir el agua. Como los servicios anteriores, este desapareció sin dejar rastro y sin que otro similar lo sustituya.

Durante mi infancia, diariamente al amanecer, un campesino dejaba un litro de leche de vaca en la entrada de nuestra casa. Al final de mes cobraba. Eso aconteció hasta la década de 1980.

Hasta principio de la década de 1990 existió el técnico en televisión a domicilio. Este no era más que un especialista que arreglaba el televisor en tu propia casa. Recuerdo el entusiasmo que me causaba cuando llegaba de la escuela y descubría que habían arreglado el televisor. La visita del técnico costaba cinco pesos cubanos. El precio del arreglo dependía de la complejidad de la rotura.

Todos estos servicios fueron herencia de la etapa anterior a mi nacimiento. Hace más de veinte años no existen en el país servicios a domicilio. Todo absolutamente hay que salir a buscarlo. Recientemente, por la covid, el Estado intentó ofrecer compras online. Fue un fracaso.

Algo que no alcancé ver fueron las cabañas donde guardar ropas en las playas y las duchas para eliminar los residuos de arena y sal. Parece exagerado de mi parte. No lo es la intranquilidad de vigilar constantemente la ropa expuesta al sol ni la incomodidad de montar en una guagua con el cuerpo lleno de arena y la piel curtida por la sal.

Durante muchos años fuimos adoctrinados en la idea de que las comodidades eran producto de una mentalidad burguesa. Hoy no somos burgueses, pero poco a poco nos hemos ido inclinando como simios por el desgaste de nuestra proletaria columna vertebral.

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