Ser católico en la década de 1970 en Cuba

Por Nike

HAVANA TIMES – Hoy amanecí con la voluntad masoquista de hacer la cola para comprar comida en la tienda de mi barrio. El método actual para adquirir alimentos en las tiendas de Cuba ha sido explicado muchas veces en las páginas de HT. Insistiré sobre el tema solo por el derecho personal de dar mi punto de vista y por ser el escenario de lo que quiero contarles.

En la tienda de mi barrio los martes surten cigarros, los jueves y viernes pollo, picadillo o perritos. Nunca los tres a la vez. En ocasiones junto a los cigarros del martes venden uno de los tres alimentos. Para cualquiera de estas ofertas las colas son interminables.

Llegó el camión del pollo.

Pero hablar de colas o filas es un poco impreciso. Más bien son muchedumbres que se agrupan a la entrada de las tiendas movidas por una dinámica interna que solo se entiende desde dentro de ellas. Describirlas me resulta muy largo y aburrido de explicar. Solo haré referencia al hecho de que estas muchedumbres conforman una sociedad jerarquizada donde las personas que llegan a ellas por primera vez –ese era mi caso-, son la clase más desfavorecida y con riesgo de no alcanzar el producto. Al menos no en el primer intento. También son sociedades matriarcales. El noventa por ciento de estas colas la integran mujeres.

Para pasar de la clase más vulnerable a otra con posibilidades de comprar, además de la voluntad masoquista de permanecer todo el día en la cola se debe tener voluntad para continuar en ella el día siguiente. En resumen para alcanzar el propósito final debes estar dispuesta dormir una madrugada en la acera de la tienda.

Pero esto por sí solo no es suficiente, hay que hacerse notar, hablar con los demás, hacer preguntas obvias y de vez en cuando alzar la voz. Otro requisito es crear alianzas con tu vecino más cercano de cola. Esto no es difícil pues cuando llevas cuarenta minutos con la misma persona delante siempre surge un tema de conversación que por lo general comienza con una queja.

Otro elemento no menos importante es llevar una ropa que te distinga. En mi caso llevaba un sombrero.

Ya saben que estoy parada en una acera, bajo el sol y al final de una cola. Delante de mí una señora muy seria y en apariencia mayor que yo. Detrás de mí otra mujer. Al frente de nosotras una multitud nos separa de la tienda unos cien metros. Para hoy se espera picadillo.

A los quince minutos mi voluntad masoquista comienza a flaquear. Quince minutos más y ya tengo decidido irme entonces la señora que va delante de mí, me dirige la palabra. Pronto me entero que tiene 75 años, dos hijos y vive en Cojimar hace poco tiempo. Me muestra fotos de sus nietos en el celular y como un acto de confianza me dice que es católica. Luego me resumió parte de su vida ligada a la fe.

Trabajó muchos años en una cantera extrayendo materiales para la construcción.  A mediados de la década de 1970 se apuntó en una micro brigada para ganarse un apartamento en Alamar. Allí trabajó a pie de obra durante cinco años construyendo edificios. Cumplido este tiempo tenía derecho a un apartamento. Sus dos hijos una hembra y un varón eran niños.

A los cinco años y unos meses fue entrevistada por un funcionario del ministerio de la construcción. Era el paso previo para obtener la llave y los documentos legales de propiedad. En un extremo del buro donde fue atendida había una caja de madera llenas de llaves unidas en grupos de tres por un alambre donde colgaba un pedazo de papel con el número del apartamento.

El funcionario elogió su conducta y le propuso que se hiciera miembro del partido comunista. Ella le dijo, que era católica activa y no iba a renunciar a su fe. Sin casi mirarla el funcionario le dijo que entonces no tenía derecho a un apartamento porque “en nuestros edificios no queremos religiosos”. Ella le imploró que tenía dos hijos pequeños y salió de la oficina llorando.

Más tarde un amigo que si obtuvo el apartamento le dejo su casita en muy mal estado y con la ayuda de otros amigos la reparo y fue la pequeña vivienda donde crecieron sus hijos.

Pero el momento más doloroso de su vida ocurrió en 1985. Aquel año a su hija le negaron el ingreso a la universidad por ser católica.

De este hecho no dio detalles. Clavó la mirada en un hueco de la calle y después de una pausa dijo “todo esto ha sido una historia muy larga. Pero conservo la fe”. Unos minutos después me fui de la cola. Esto quería contarles hoy.

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