El teléfono público, un martirio

Miguel Arias Sánchez

Teléfono público en La Habana.

HAVANA TIMES — En Cuba, como en todos los países, existe la opción de tener un teléfono celular o una línea fija. Todos sabemos el atraso de nuestra red de comunicaciones y la difícil tarea que resulta instalar ese servicio en casa. Ya sabemos que Etecsa es una sola, y no habrá otra por el momento. Aunque muchas personas ya tienen celulares, todavía hay un gran sector de la población que no puede pagar ese servicio y siguen utilizando los públicos para comunicarse.

Por supuesto, no es igual hacer una llamada por un móvil que en un público, la privacidad, la tranquilidad no es comparable con nada, los precios a pagar tampoco.

Pero para usted hacer una llamada en un público tiene que, antes de ir, tomar algún sedante, ya sea diazepan, clorodiazepóxido o cualquier otro. Lo digo por experiencia. En más de una ocasión llego, pido el último y espero.

Todos los teléfonos ocupados…cinco, diez, quince minutos y uno parado casi siempre al sol, mirando fijamente a la cara de los que están hablando. Mi rostro, que ya hace 20 minutos que llegó apacible, sereno,  se va transformando a medida que el tiempo pasa.

Puedo toser, estornudar, mirar el reloj, los vuelvo a mirar a la cara… y nada. Aquellos seres permanecen inmutables. En ese tiempo ya me he enterado por el que habla, que la vecina del frente le pegó los tarros al marido con el de la esquina, y que este, como ocurre en todos esos casos no se ha enterado todavía, aunque el barrio entero lo sabe.

Que el carnicero donde compra le robó media libra de pollo y que a la viejita de al lado que tiene dieta, el muy hijoeputa le quitó mucho más. Y mientras estoy ya rojo como un tomate, cuando pienso que va a terminar, le cuenta  a la amiga que en su trabajo fueron vendiendo unos perfumes riquísimos a 12 CUC y leche en polvo a 35 pesos la bolsita chiquita, pero parece que está ligada con talco o almidón.

Así siguen transcurriendo los minutos hasta que ya no sé si hablar por teléfono o comérmelo con cable y todo. Al fin, sorpresa, gracias a dios, cuelga y respiro profundo, aliviado.

Ya tranquilo tomo el auricular y marco el número con quien quiero hablar. Una voz suave, trina y bella me dice: el número al que usted llama está ocupado, por favor, llame más tarde. Se me fruñe el ceño, el estómago empieza a doler de la incomodidad. Vuelvo a marcar varias veces y la misma respuesta.

Aleluya, marco de nuevo y timbre… respiro aliviado nuevamente, cuando contestan, mando a llamar a la persona deseada que tampoco tiene teléfono y depende del favor de un vecino. En la espera, de nuevo la voz, esta vez fea, desagradable e inoportuna de la máquina operadora que dice: su crédito es de 1 peso y 45 centavos.

Qué me importa a mí el crédito, pienso angustiado, vuelvo a marcar rápido y el timbre, ahora sí, menos mal y cuando están a punto de responder del otro lado, de nuevo la voz pedante, insoportable y horrorosa que me tira en cara: su crédito se ha agotado, no puede efectuar la llamada.

Ahí si no entiendo nada y entonces desde lo más profundo del alma grito COÑOOOO, me cago en la leche, cuelgo el teléfono, y el punto para comprar el cupón de recarga para la tarjeta está a seis cuadras.

Camino lentamente, defraudado, acongojado, triste y cuando miro hacia atrás, donde está la cabina con el teléfono que acabo de dejar, lo que veo reflejado en él es el mismísimo infierno de Dante.

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