Mercedes González Amade
En el Centro Nacional de Discapacitados nos dieron los uniformes, las camisetas no tenían nuestros nombres, pero qué importaba. Allí mismo fue, al día siguiente, el abanderamiento del equipo con la presencia del Presidente de la Federación de Bádminton de Cuba, el Comisionado Nacional y la Organización Nacional de Discapacitados que nos representaban a nosotros, más los que nos atendían por el INDER.
Después del acto hubo una reunión para discutir algunas inquietudes del grupo como por ejemplo con respecto a las sillas de ruedas; las que tenemos –las mismas que usamos siempre en nuestra vida diaria- no son las más adecuadas para llevar a una competencia de ese tipo, pues no poseen la calidad requerida: son más pesadas y menos veloces.
Otras dudas eran sobre el pago, los horarios de entrenamiento y de desplazamiento para la sede. Las respuestas que obtuvimos nos hicieron sentir frustrados y hasta engañados. Aunque se trataba de un evento internacional no íbamos a recibir siquiera un estímulo, aunque obtuviésemos medallas.
Sabemos que esto respondía a que los directivos tenían bien claro que los extranjeros que venían a competir (de Brasil, Surinam, Colombia, Chile, Perú, etc.) eran experimentados y con gran calidad en el juego; nadie esperaba que nosotros lográramos algún buen resultado. Pero, a pesar de ser novatos en este deporte, nos propusimos dar lo mejor de nosotros y hacer un buen papel.
La inauguración fue sencilla pero muy bonita; la clasificación, estresante, pues de ella dependía que jugaras o no. Los encargados de evaluar nuestro desempeño eran jueces de España, Canadá, Suiza, China, entre otros países.
En el intercambio con los extranjeros también hubo inconvenientes, nos habían advertido que no podíamos pedirles nada, pero en el deporte es habitual el intercambio de camisetas. Los que nos vigilaban regañaban a quienes ellos pensaban que andaban de “jineteros”. Incluso, un brasileño que conversaba conmigo sobre la pasión de mi hijo por el fútbol, se molestó mucho cuando alguien se me acercó a recordarme los “buenos modales”, el deportista le recordó que las camisetas eran suyas y me regaló dos para mi hijo.
Una anécdota graciosa: algunos quisieron probar, como si se tratara de un artefacto de hace millones de años, nuestras veteranas sillas de rueda; y nosotros no perdimos la oportunidad de subirnos en las suyas, modernas y ligeras. Al desplazarnos, nos parecía que viajábamos en el tiempo a un ritmo que nos superaba, pero en dirección contraria al viaje que ellos hicieron.
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