Viva Cuba Libre por Martí y Fernando

María Matienzo Puerto

Fernando Perez y su joven Martí.

Fernando Pérez es uno de los dos grandes cineastas que ha dado nuestra isla. Ya sé que por un lado parece una exageración mía, y por otro, los diarios no se prestan para hablar de estas cosas, pero hago el intento y asumo el riesgo.

Como les contaba Fernando Pérez junto a Tomás Gutiérrez Alea, son las dos únicas estrellas que se puedan decir: tienen luz propia en el paraíso cinematográfico cubano.

El segundo, con una nominación al Oscar a mejor película extranjera, con su Fresa y Chocolate, y como cúspide de una carrera de grandes; del primero desconozco su currículum vitae, pero su lenguaje audiovisual es renovador, experimental, con un alto vuelo poético y universal, y sobretodo un lenguaje poco complaciente, sin soluciones simplistas, así lo demuestra su Suite Habana, y entre otras, la recién estrenada José Martí (no recuerdo el resto).

José Martí (para los que deseen conocer Cuba más allá de sus playas) es nuestro héroe nacional, gran poeta, padre el modernismo literario latinoamericano y activo luchador por la independencia contra la colonia española (siglo XIX).

Pasó la mayor parte de su vida en el exilio y nadie ha pensado Cuba con tanta profundidad como él. Murió a los cuarenta y dos años, y escribió sobre todo lo que se podía escribir. Claro que esta es una explicación de ABC y quienes quieran profundizar deben hacerlo por sus medios.

Solo me resta decir que todos los cubanos, desde mediados el siglo pasado, en que su figura fue redescubierta, crecemos con la convicción de que ese es un modelo inalcanzable, que tenemos otro Dios en el firmamento.

Entonces para muchos debe ser difícil de digerir el Martí de Fernando Pérez. Un Martí aún adolescente; contado, imagino, desde las cartas, desde una biografía hecha en mil novecientos cuarenta y tantos por otro ilustre pensador cubano, o desde lo que saben los historiadores y que ha pasado de boca en boca, sin que se escribiera nada al respecto.

Para nosotros que tenemos el síndrome de lo marmóreo o que ostiopetrizamos a los héroes convirtiéndolos en estatuas vacías, nos encontramos con un Martí que se masturba, que tiene que desentenderse de los problemas económicos de su familia, vivir a expensas de la caridad de los buenos amigos si quiere seguir sus ideales.

Chocamos con un discurso de la democracia y la libertad de expresión y de identidad con cierta contemporaneidad, sin embargo, para quien sepa un tantico de historia de Cuba, sabrá que en eso, del siglo XIX a la fecha, no hemos evolucionado mucho.

En fin un hombre de carne y huesos, vivo en la interpretación de una cara fresca y desconocida en la pantalla cubana, junto a otros con probada experiencia actoral y un trabajo de arte para copiar.

Nos reconstruye una Villa de la Habana sin afeites novelescos, con las calles sin asfaltar, la humedad que corroe cada uno de sus muros, el comercio, la violencia, la suciedad, la pobreza, la indigencia.

Ese tarde fui al cine (tengo que confesarlo) con cierto escepticismo. Me di el lujo de llegar unos minutitos antes de la proyección, segura de que íbamos a ser las únicas dos espectadoras; e incluso, estaba segura de que iba a encontrar una buena dosis de bla bla bla politiquero. La única carta que llevaba era la maestría del director. Por poco no hallamos espacio.

No me importa que pueda pensar él como persona, pero supe por su obra que su compromiso con el público es sincero. Sus coproducciones con España (creo que todas los films que ha hecho) han sido algo más que decorosas, no siento que se haya vendido por un puñado de oro, como le ha pasado a otros por acá. Y qué decir de las complacencias para con el discurso oficial: demostró que ser cubanos, que hablar de la patria y de los héroes, trasciende cualquier estrechez ideológica.

Creo no haber sido la única que terminó con esta impresión. El quietud en que quedó el público cuando acabó la proyección lo dijo todo. Sospecho que fuimos muchos los que nos cuestionamos nuestro compromiso, siempre postergado, con el futuro de la isla. Todavía no me curo de las ganas de gritar Viva Cuba Libre donde se me pueda escuchar.

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