Estoy muy (muy, muy) cansada

María Matienzo Puerto

HAVANA TIMES — Había una vez un pueblo tan, pero tan miserable que su gente misma no se reconocía como tal. Al punto que Yo*, la protagonista del cuento, un día conversando con una compañera de aula de su clase de idiomas, quiso hacerle ver cómo nuestros salarios estaban por debajo de los índices de pobreza que señalaban algunas organizaciones mundiales y su compañera dijo que Yo era una exagerada.

Yo comentó para sus adentros lo difícil y doloroso que es para la gente reconocerse como pobres.

Y no estaba lejos de la verdad. Un día tuvo que visitarla a su casa y se dio cuenta por los adornos de la sala, que había sido acertada en sus reflexiones.

Por supuesto, la conversación no tuvo una segunda parte. Yo respetó la decisión de la otra de mantenerse en la más absoluta ignorancia.

Pero esas miserias son pasajeras. Eso cree Yo. Esas se resuelven, quizás, con un golpe de suerte. (Aquí nunca se resuelven solo con el trabajo.)

Pero las miserias del pueblo al que se refiere mi cuento, son las del alma, las que se han ido sembrando poco a poco, tras cincuenta años de paranoia cederística; tras las leyes no escritas de quién se merece más o quién no merece nada entre gente que trabaja como esclavos.

Las que hacen que un funcionario de emigración me diga que mi abuela, “a los efectos, no es cubana” porque tiene la residencia nicaragüense; y que me trate como a una “perra” porque yo sé mil palabras más que él y tengo “facha” de haber viajado medio mundo y él tenga que estar sentado en una silla ocho horas diarias “facilitando información”.

Mi cuento cuenta sobre la miseria de Laura, otra compañera de clases de Yo, que para lucir mejor ante los ojos de la profesora de alemán, diga que Yo “es lesbiana y  gusana”. (A los ojos de la profesora, no sé cuál de las dos cosas será mayor problema.)

Ni que fuera un escándalo para Yo eso de hablar lo que piensa sobre del sistema o decir que le gustan las mujeres.

Es que en ese pueblo están tan acostumbrados a esconder lo que piensan que Laura (la pobre) cree que con eso tiene alguna ventaja.

Pero Yo, la protagonista del cuento, está muy, muy muy muy cansada.

Y la entiendo. Es un cansancio espiritual. De esos que se sienten cuando se está rodeado por mucho tiempo de provincianismos y mediocridades. Cuando no se tiene la libertad de elegir sobre el destino propio.

(*) Yo, la protagonista, y yo, somos una misma persona, pero tener una personalidad fraccionada es consecuencia inevitable de las presiones psicológicas que provocan los horizontes tan limitados que me rodean.

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