Teatro cubano hecho en la diáspora

Lynn Cruz

De derecha a izquierda Manuel, y Ernesto

HAVANA TIMES – “La República del Caballo Muerto”, obra original del argentino Roberto Espina llega a los escenarios habaneros de la mano de Coturno Teatro, bajo la dirección del cubano Ernesto Alfonso.

Las funciones acontecen en el Teatro Bertold Brecht, en la sala Tito Junco. Alfonso ha sido invitado junto a su elenco, al Festival Internacional de Pantomima que lidera la actriz y directora Maritza Acosta.

Hoy sábado a las 8:30 pm, los amantes de las artes escénicas tendrán la última posibilidad de disfrutar del espectáculo.

Radicado en Colombia desde el año 2005, Alfonso ha continuado su labor como intérprete devenido en director, tarea que emprendiera en la localidad de Guiñes, su tierra natal.

Como graduado también de Artes Plásticas en el Instituto Superior Pedagógico José Varona, Alfonso preserva la elegancia en el diseño de sus espectáculos.

Tras bregar por varios grupos en Bogotá, finalmente se armó de un equipo y lleva adelante su proyecto.

Precisión en la gestualidad, buen manejo del trabajo físico, y excelente proyección escénica, distinguen la faena de los actores Manuel Báez, Juan Sánchez y el propio Alfonso.

Manuel

La República del Caballo Muerto, a quien por cierto le cambiaron el nombre en la entrada del teatro, (al parecer está prohibido también hablar de república, y de caballos en Cuba, mucho más si están muertos) es una obra que pertenece al género del absurdo.

El poder, la iglesia, la culpa, la violencia, la retórica de los políticos, la pérdida de la individualidad, el sin sentido, son elementos que le ofrecen a este texto un carácter universal. Como aderezo, una sobria puesta en escena, marcada por una notable influencia de la pantomima y la danza, que brindan momentos verdaderamente memorables.

Es curioso cómo el argumento se presta para hacer lecturas disímiles. Cabe apuntar que hay solo tres colores en el diseño total de la obra, blanco, negro y rojo.

El sonido de un violoncelo, se convierte en un personaje más. El vestuario también tiene una dramaturgia y logra un discurso propio, más allá de la mera visualidad.

Es un espectáculo fresco y sólido. Alfonso recupera lo lúdico. Invita al público al escenario. Posee un dominio pleno del lenguaje teatral.  Sin embargo, el espectador tiene que ir armando su propia lectura, y deberá permanecer atento a una parte del montaje, absolutamente sensorial.

 

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