La realidad cubana y la banalización del mal

“Solo el bien puede ser radical, la naturaleza del mal es banal”  –Hannah Arendt

Lynn Cruz

Caligari

HAVANA TIMES – A pocos días de haber concluido el Festival de Cine de La Habana, comienzo a rumiar los encuentros con amigos, colegas, conocidos, quienes cada año se vuelven más ajenos para mí.

No es porque ellos hayan cambiado, sino al revés. Me resulta difícil en un momento como el que vive el país hoy, sumarle, además, la indiferencia de la mayoría del gremio, cuando en primer lugar desconoce la situación en que me encuentro de censura, y de la cual hasta pueden considerarme culpable.

Quizás se naturalizó el hecho de que el Gobierno cubano durante estos sesenta años haya aniquilado de la vida laboral, cívica y social, a todos los que hayan manifestado su pensamiento crítico fuera del marco establecido para ello. Pero eso no debería resultar para nada trivial, teniendo en cuenta las consecuencias que ha traído para todos aquellos que lo han padecido.

La película Yuli, inspirada en la vida del coreógrafo y bailarín Carlos Acosta, se presentó ahora en La Habana. Antes obtuvo un galardón en la categoría de guion en el Festival de Cine de San Sebastián, en su edición de 2018. Su guionista escocés, Paul Laverty, mientras lo recibía, condenaba el bloqueo de los Estados Unidos hacia Cuba. O sea, ese escritor español estaba haciendo activismo mientras lo premiaban. Usó su poder para manifestarse públicamente contra aquello que considera injusto.

En ese mismo momento, un preso político, Tomás Madariaga, a quien apenas conozco a través de las redes sociales, estaba a punto de perder la vida en una huelga de hambre que duró más de sesenta días. La violencia que imponía a su cuerpo, demandando atención sobre la injusticia cometida contra su persona, resultaba completamente indiferente para la mayoría de los artistas e intelectuales cubanos.

Suerte que lo que sucede en Cuba, hace tiempo aconteció en otras partes y se sabe que en estos momentos el pueblo cubano se encuentra en la hora de vigilia. Ese instante en que no se sabe si uno ha despertado o si aún sigue durmiendo.

Los sentidos embotados, la incertidumbre ante la desconocida, pero consabida transición. La televisión ofrece un panorama críptico, donde los políticos se debaten entre lo que son y lo que pretenden ser.

Lo más perturbador es que solo se puede conocer la capa más externa de la cebolla, la de los que luchan. ¿Qué extrañas fuerzas guiarán los movimientos políticos dentro y fuera de la Isla? Se sabe que la guerra es un gran negocio. ¿Realmente al poder, tanto de la élite de cubanos de dentro como en la Florida, le interesa que Cuba cambie?

La retórica de ambos discursos se ha mantenido inamovible.  Como si la realidad no fuese pujante y cada vez más diversa. Como si no existieran cubanos demandándole al sistema la justicia prometida al pueblo, que no se simplifica a la mera lucha entre capitalismo o socialismo, o democracia versus castrismo.

En este momento reina la confusión. Inmunes a la violencia del sistema. Hasta piadosos de los victimarios. A fin de cuentas, el que hace silencio, también es responsable.

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