Este camino comienza en la sombra y acaba en la sombra

De cómo tome una linterna

Leonid Lopez

HAVANA TIMES — Nací en Cuba. Desde muy joven me sentí como ciego. Mi infancia no fue especialmente infeliz, pero me veía perdido. Quería algo que no hallaba delante de mí y el horizonte estaba demasiado firme para creer que había algo detrás.

Di vueltas por iglesias, la pintura, la literatura, la filosofía. Luego de un tiempo dentro, en todos lados me sentí solo y más solo aún en compañía. De esta manera es difícil creer que se tienen lazos sólidos con algo.

Así fue hasta que encontré un amigo y luego un grupo de ellos. Estaba en mis 30 años. Al inicio era reconstruir el mundo juntos. Luego el mundo empezó a volverse sólido.

Ya tenía olores, sabores, ideas pero hacía falta tocarlo. Creíamos que estaba ahí y era grande.

Entonces ya no podíamos ensanchar más el mundo porque el mismo cuerpo se sentía pequeño y torpe para lidiar con él. En ese tiempo no creo que pensáramos así. Habíamos dejado de rebuscar en las ideas. Se puede seguir vivo con las partes dispersas.

Se sobrestima el papel de la unidad. Ahora todo el grupo de amigos vive en diferentes tierras.

Había llegado a ver luz, construir una lámpara en palabras, hechos de cariño y búsqueda. Pero en ese momento, que apenas encontraba con quien compartir esta luz, la llama comenzaba a flaquear.

Entonces conocí a la que ahora es mi esposa. Fue mi novia por cinco días. Al despedirla en el aeropuerto le dije que para mí no había sido una relación de vacaciones y comenzamos a escribirnos mensajes.

Una conocida me hizo un correo electrónico, otra prestaba su trabajo para poder leer y escribir estos. Otra prestó su móvil y así pude hablar con mi novia. Sacaba el brazo por la ventana de mi cuarto para lograr una línea de señal.

Colgado a la ventana le gritaba al móvil que de a ratos perdía la señal y dejaba de escucharla como si desapareciera al fondo de un hueco. Era la primera vez que tenía un móvil en la mano y eso me hacía más absurdo todo aquello.

Así le dije que la quería y ella lloró. Me vine a Japón donde ella nació y vivimos desde hace cuatro años.

Ayer recordaba cuando vine hacia Japón. Por primera vez pasaba la línea mágica que separa el mundo de los cubanos con el exterior inalcanzable. Puedo recordar muy bien que no sentía nada especial.

Caminaba como adormecido. Es difícil que el cuerpo y la mente se adapten a una experiencia para la que nunca se preparó y que conoce tan mal por vaga información. Simplemente hacía lo que debía hacer.

Presentar papeles, responder. Subir al avión. Iba camino a Holanda para el tránsito a Japón. El viaje fue muy largo pero no tengo mucho recuerdo de él. Supongo que el tiempo transcurría de forma rara. Ya todos saben que el tiempo solo es lineal para su estudio.
Lo que si era definitivamente lineal era mi punto de observación al frente. No sabía cómo comportarme. Las aeromozas hablaban en inglés y yo temía no entender el menú que me ofrecían para comer. Todavía no sabía que el menú en los aviones no varía mucho entre pasta y chicken.

No fui al baño ni una vez porque temía no saber cómo abrir la puerta. ¿Cómo es posible que ese tipo de experiencias se vuelvan tan enormes? Hace un año un amigo cubano que vivió cerca de mi casa aquí me dijo que el ya le había perdido el respeto a viajar.

Yo sé de lo que hablaba. Ya se ve más natural montarse en un avión. Ir de un país a otro, caminar entre carteles que anuncian las mismas marcas que se ven en las películas, ver a otras gentes que arman su historia con independencia y hasta indiferencia clara de la de uno. Pero en ese momento fue caer a un vacío donde aparecen manos que halan mientras caes.

Luego de seis meses en Japón me di cuenta que no estaba aquí de paso. No sé cómo fue que me topé sin otro remedio que tomar una linterna y ver si encontraba un fondo. Ahora solo veo mis pasos. Los pasos que doy día a día.

El horizonte se desdibuja. Unos días está cerca y otros lejos. Nada de lo que aprendí me sirve de forma evidente. Nada de lo nuevo me ofrece una alternativa cierta. Aprendo otra vez los nombres, la medida y el peso, que significa cada cosa en el itinerario de mi vida.

Otra vez sin amigos cerca he vuelto a hacerme preguntas, a construir ideas. El saco de donde salen las palabras vuelve a ser un pozo ciego pero siento que las palabras que salen tienen peso, certidumbre.

El espectáculo aún carece de más sentido que el movimiento mecánico que lleva la mano a adentrarse en el fondo. Sin embargo me preocupa menos darle un nombre a esa oscuridad de sentidos.

Supongo que debe llamarse así: oscuridad.

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