La decisión de quedarse en Cuba

Kabir Vega Castellanos

Enfoques. Ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES – No creo que exista una persona en Cuba que no haya experimentado la partida de un familiar o amigo en busca de un futuro en el extranjero. Creo que algunos de ellos tampoco puedan olvidar esa sensación: el ser testigo de alguien cambiando su vida radicalmente mientras te quedas atrás, inmóvil, atrapado en un país con una realidad asfixiante y sin ningún prospecto de mejoría.

Una realidad que no desapareció ni con la abolición de la ley “Pies secos, pies mojados”. La meta de muchos en su carrera de la vida continúa siendo los Estados Unidos u otra nación capitalista. Tanto jóvenes como adultos sofocan sus propias mentes y la de sus cercanos con el deseo de emigrar.

No importa si no hay posibilidades reales de salir, la pregunta inquisidora: “¿Y aquí, qué vas a hacer?”, saca a la luz las miserias de los cubanos, su falta de opciones de prosperidad, y hasta de planes.

Allá afuera hasta los peores trabajos son mejor pagados que las mejores profesiones aquí; allá hay libertad de empresa, puedes abrir un pequeño negocio y progresar lentamente, sin temor a que un día de pronto te caigan arriba y te lo quiten todo. Si eres amante de la tecnología y la Internet, aunque no sea como trabajo, sino como recreación, no tendrás tiempo de aburrirte. Además aunque allá afuera haya que trabajar sin descanso, al final tienes algo, mientras que aquí eres esclavo del Estado toda la vida y te mueres sin poder dejar nada a tu familia.

Con esos pensamientos sobre alimentados, todo aquel que consigue su oportunidad de emigrar, la aprovecha como si no hubiera otro mañana para él o ella en Cuba.

Pero, ¿y qué de aquellos que decidieron no desprenderse de sus raíces?

La mayoría puede ser tolerante al juzgarlos si se trata de ancianos, pero si son jóvenes o relativamente jóvenes los acusan de estúpidos, por no considerar su futuro y el de su propia familia a la que pudiera ayudar desde afuera.

Sin embargo, si todos huyen cuando pueden, ¿quién cambiará las cosas? A noventa millas de distancia es imposible enmendar un país.

Aunque son criticados por los mismos conciudadanos, hay cubanos que se sienten comprometidos con su hogar natal, sienten que es parte de su deber cambiar lo que está mal. Desde funcionarios, hasta artistas o ecologistas intentan construir la base de un progreso que beneficiaría a todos. No importa si los amenazan con derribarles los cimientos, incluso si son destruidos, persisten en su meta y comienzan desde cero. Quizás por determinación, terquedad, o porque en su interior perciben que los tiempos han cambiado, aunque el país siga luciendo estático.

Mientras que otros menos valientes temen suscitar el movimiento que provoque el cambio, pero sí desean con fuerza presenciarlo, ser testigos de la evolución de Cuba.

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