Pero a dónde usted va. ¡Señora!

Jorge Milanes Despaigne

Robin es chofer de un importante dirigente sindicalista. Vive en la misma manzana -o cuadra, como decimos los cubanos- donde tengo mi casa.

Recientemente coincidimos en la fiesta de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR (Committees for the Defense of the Revolution)) y estuvimos charlando durante un buen rato, mientras unos pocos preparábamos la tradicional caldosa, hecha con abundantes viandas, cabeza de puerco, sazón bien criollo, etcétera.

En la conversación afloraron chistes, anécdotas, hasta confesiones de ese trabajo ejercido por él desde sus dieciocho años y ya tiene cuarenta y ocho, cumplidos en el pasado junio.

La más simpática de sus vivencias ocurrió cierta vez en que su jefe, estando de viaje con él fuera de la provincia, se ofreció a traer a una señora, madre de un ex-compañero de trabajo que le había dicho:

“Mira, mi mamá va a estar lista esperándote. Ella, aunque mayor, está fuerte, acostumbrada a subir camiones, carretas, lo que sea. Así que tratándose de tu lada hará un viaje comodísimo. Mi hermano, en verdad te voy a agradecer ese favor.”

Robin, hábil para crear una atmósfera disuadida por la curiosidad, no dilató la historia y fue directo al momento en que recogieron a esta persona quien les esperaba desde horas bien tempranas.

Así me narró lo sucedido: “Jorgito, cuando guardé sus bultos en el maletero, le abrí la puerta para que subiera. Yo no podía entender lo que veían mis ojos y conste que la pobre, no estaba ciega.

Aquella mujer flaca y larga como una vara de pescar puso un pie dentro del carro y se alzó como quien busca otro escalón para subirse en un volquete o cosa que se le parezca. Al verla suspendida casi encima del lada, aquello ocurrió en un par de segundos, me preocupé: ‘Pero a dónde usted va. ¡Señora!’“