Isbel Díaz Torres
Minutos más tardes, gracias a la información de un excitado policía que disfrutaba en dar detalles a los transeúntes, supe que no se trataba del comic estadounidense en sus mallas rojiazules, sino de un temerario francés que va por el mundo haciendo estos malabares.
El hombre araña comenzó su escalada a la una de la tarde, pero desde una hora antes cientos de capitalinos esperaban ansiosos a los pies del gigantesco edificio. La acera frente al hotel, así como los balcones de las edificaciones aledañas estaban repletos de curiosos.
Cada cual daba su criterio sobre el suceso, buena parte con el típico tono del choteo cubano, restándole trascendencia a las cosas para hacerlas más llevaderas. En el tumulto nadie hablaba de las elecciones concluidas el domingo, ni de la aparición de Fidel en la televisión, ni de Eliécer Ávila volando hacia Suecia en el abarrotado cielo del planeta.
Lo cierto es que en el momento que apareció el hombre, un grito homogéneo salió de las gargantas de los asistentes, cual si hubieran presenciado una revelación.
La expresión “al pueblo: pan y circo” vino a mi mente, aunque después me suavicé un poco. Nada de malo había en aquel espectáculo donde un hombre, sin redes ni arnés, escalaba el inaccesible hotel Habana Libre.
El ser humano goza al ponerse retos un poco más allá de los límites tanto de la imaginación como de las capacidades físicas; y este tipo me gustó, sobre todo por la naturalidad de su hazaña, sin demasiado andamiaje, solo con sus manos entizadas en esparadrapo, su peculiar gargantilla verde y sus pelos sueltos.
Justo el día anterior pensaba yo en cómo algunos adultos habíamos perdido la capacidad de hacer cosas por el simple motivo de hacerlas, como lanzar una piedra, o subirnos a un montículo, o escalar un árbol.
Y créanme, ver La Habana desde lo alto del Habana Libre es un verdadero espectáculo. Yo subí en 1998, cuando la visita del Papa Juan Pablo II, a poner una antena, y fue tremendo. Me parecía que de un salto podría caer en la cúpula de Coppelia, que está a 200 metros de allí.
Alain Robert, que es como se llama el audaz atleta francés, hizo varias veces como que se caía, o colgaba de las barandas, pero como confesó en una entrevista, todo fue parte del show que ha perfeccionado en los casi 40 años que lleva trepando edificios como un lagarto.
Prefiere que lo comparen con un reptil que con el Hombre Araña, apodo que no le gusta; pero Holywood ha encontrado tierra fértil por estos lares, así que todo el mundo se refería a él como Hombre Araña o Spiderman.
Lo cierto es que hice algunas fotos y me retiré contento. Después de todo, es lindo ver a la gente reunirse sin que antes sean citados formalmente, y tengan que estar evaluando si el asistir o no, repercutirá en algún posible estímulo futuro.
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