Una trabajadora cubana

Isbel Díaz Torres

HAVANA TIMES — Ella pasó frente a mí y enseguida fije mis ojos en el conjunto. Caminaba resuelta, pero agotada, mientras cargaba un gran saco a la espalda que, de inicio, no pude definir qué era.

Llevaba a su pequeño bebe, probablemente de menos de 1 año, en un cochecito que sorteaba con dificultad las inmensas grietas de la acera. Dos metros atrás venía la otra hija, de unos 8 años, cargando una pesada piedra.

El avance tortuoso de la mulata me hizo compadecerla, pero nada podía hacer. Yo esperaba impacientemente el P5 sentado en un muro una cuadra antes de la parada,

Cuando la comitiva pasó, volví a fijar mi mirada en el horizonte, a ver si veía llegar al gigante verde, y adivinaba dónde pararía. A mis espaldas, un minuto más tarde, comencé a sentir una serie de golpes regulares.

La muchacha, que no superaba los 35 años, había doblado en la esquina, y en mi mismo muro se había sentado a trabajar. Era otra de esas personas que reciclan latas metálicas de refresco o cerveza, de quienes escribí hace poco.

El bebé estaba a apenas unos 30 cm de su madre, quien con la piedra que había cargado la hijita mayor, golpeaba con fuerza cada lata. Mientras tanto, la niña colectaba latas debajo de los bancos y dentro de los tanques de basura, como quien jugara al “tesoro escondido”.

Cada lata iba a parar a la gran bolsa de plástico que intentaba llenar la trabajadora, con el fin de ser trasladada después a algún punto de colecta, o venderla a alguna persona con licencia para hacer ese trabajo.

Eran cerca de las 2 de la tarde, y yo miraba a aquella mujer que sin el más mínimo rubor indicaba a la hija dónde buscar. Yo no sabía bien qué hacer, si hablarle, si hacerle las preguntas que venían a mi cabeza.

¿Cómo era posible que no hubiera encontrado un trabajo menos duro que ese? ¿Cómo traía a su bebe tan pequeño, y lo colocaba tan cerca, a riesgo de que algún trozo de roca o metal saltara y golpeara a la criatura? ¿Por qué la niña no estaba en la escuela a esa hora? ¿Qué podía hacer para ayudarla?

Pero no le dije nada. La mayor parte de mis dudas serían, con toda razón, ofensivas para ella. Alguna historia humana y terrible estaría tras esa joven trabajadora, pero yo me quedé sin saberla. Me limité a tomarle una foto.

Busqué entre quienes transitaban, alguna señal de que la veían, de que no estaba bien que el sistema de seguridad social cubano no protegiera a esa madre, cualquier señal, pero la gente se movía impávida, concentrada en alcanzar algún objetivo en sus cerebros.

Los cínicos pensarán que esa realidad no es tan inédita, que saben de millones de personas peores en el mundo. Otros me mostrarán la lista de opciones en Cuba: FMC, Asistencia Social, cartas al Consejo de Estado, etc.

Pero nada de eso importa ahora. Ahora solo la veo a ella, con sus dos hijos pequeños, machacando con regularidad y firmeza las latas de cerveza (1 CUC vale cada una) que otros compatriotas suyos bebieron y lanzaron al suelo. Ella hace eso. Eso veo. Y me duele.

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