Siguen muriendo ceibas en La Habana

Isbel Díaz Torres

El activista Jimmy Roque junto a los restos de la ceiba de
31 y 44, Playa
.

HAVANA TIMES — Las motosierras del Ministerio de la Agricultura de Cuba han cobrado la vida a otra ceiba en la capital cubana. En esta ocasión, junto a mi compañero Jimmy, tuve la oportunidad de conversar con el responsable de este nuevo asesinato.

“¿Sabías que talaron la seiba de 31 y 44?”, me escribe a través de sms el ambientalista y amigo Gonzalo Morán Miyares: “Acabo de pasar por ahí y solo queda un triste tocón”, asegura. Tres años atrás ese mismo ejemplar fue víctima de un ataque reportado por el proyecto El Guardabosques en el boletín Nº2/octubre-diciembre 2009.

En aquel entonces se trataba de un “anillado”.  Al momento de la denuncia yo había escrito: “hasta ahora el anillado, aunque ancho y profundo, no llegó a completarse”. No obstante, poco tiempo después el trabajo fue consumado.

El anillado se utiliza cuando las dimensiones de la planta hacen imposible una simple tala. Con un machete u otra herramienta similar, se realiza un largo corte transversal en la corteza del árbol, que recorre toda la circunferencia del tronco, con el fin de afectar el tejido conductor que transporta los nutrientes desde las raíces hasta las ramas.

Así, la parte alta de la planta deja de recibir nutrientes y se seca, como al parecer sucedió al cabo de tres años con este ejemplar (sobrevivió el mismo tiempo que la Seiba de San Agustín, después de ser drásticamente podada).

Cuando vemos un anillado, algo tenemos ya seguro: la acción no fue autorizada legalmente. Las entidades que se ocupan del manejo del arbolado urbano no utilizan esta técnica. Es por eso que casi siempre, cuando se intenta averiguar el autor, este no da la cara.

Tres años atrás ese mismo ejemplar fue víctima de un ataque reportado por el proyecto El Guardabosques.

Como la hermosa ceiba en cuestión crecía en el camino a mi trabajo, hacía días estaba al tanto de lo sucedido, pues siempre la veía desde la ventanilla del P5.

Durante nuestra indagación in situ, una vecina nos rebeló quién había sido la persona autora de la criminal iniciativa, tomada bajo el argumento de que le molestaban las hojas que en determinado momento del año caen de las ramas.

El autor, un hombre ya entrado en la tercera edad, salió de su casa justo cuando estábamos tomando fotos a los despojos de la ceiba. Nos miraba de soslayo en la distancia, pero no se acercó de inicio. Fuimos nosotros quiénes debimos abordarlo.

Queríamos saber qué lo había movido a matar al árbol, pero por supuesto, no hicimos tal acusación. Solo le dijimos que éramos de un grupo ecologista, y que queríamos saber qué había sucedido con la ceiba.

El señor, esquivo, nos dijo que la Agricultura [creo que se refería al Servicio Estatal Forestal (SEF) de La Habana] la había cortada porque se había secado.

Al rebatirle diciendo que el SEF quizás había culminado el trabajo que otra persona inició al anillar la planta, el vecino ofreció un nuevo argumento: quizás era responsabilidad de las personas que colocaban ofrendas a los pies del árbol.

Sé que parece descabellado, pero algo similar dijo en San Agustín la persona que prendió fuego a mi Ceiba: Intentan incendiar la Ceiba de San Agustín, “a lo mejor fue producido por una de las velas que los ‘santeros’ colocan en la base del árbol…” Es muy fácil culpar al otro, que ni siquiera sabe que está siendo acusado.

La ceiba de 31 y 42, en efecto, tenía clavada un trozo de cabilla en el tronco; pero nada indicaba que fuera obra de algún ritual afrocubano, ni nada por el estilo. Lo que conozco, hasta ahora, solo me indica que personas con este tipo de espiritualidad son bastante respetuosas con las ceibas.

El responsable salió de su casa justo cuando estábamos tomando fotos a los despojos de la ceiba.

Después de este intercambio de frases entrecortadas, sin apenas mirarnos a los ojos, el vecino regresó a su postura inicial: “eso lo hizo la Agricultura, así que estaban autorizados”, dijo escudándose en la ‘protección estatal’.

Nosotros, por nuestra parte, le aseguramos que nos encargaríamos de denunciar el hecho, amparado o no en la legalidad de un papel firmado por el SEF.

Sentimos que, en principio, el SEF junto al Cuerpo de Guardabosques es encargado de velar porque estas cosas no sucedan, ni queden impunes. Mucho menos en un sitio tan céntrico en el capitalino municipio Playa, a los ojos de todos.

De modo que si vino a cortar la planta ya muerta, pudo fácilmente encontrar al responsable y como mínimo, darle una charla educativa sobre su incorrecto proceder. Pero no. La acción estatal reforzó la certeza del vecino de que la planta debía dejar de existir.

De este modo, la idea que tradicionalmente vivía en el imaginario popular acerca del poderío de la ceiba, sigue siendo vulnerada, destrozada, y la especie continúa siendo masacrada en La Habana, ciudad fundada a la sombra de una ceiba, en el Templete de la Habana Vieja.

Su única defensa, el mito de su sacralidad, ya no será suficiente para sobrevivir. Siguen muriendo ceibas en La Habana.

Más no me canso. Seguiré denunciado estos actos de violencia. Parece que muy pocos escuchan, concentrados como estamos en el difícil día a día por la subsistencia. No obstante, parafraseando al gran Juan Gelman: “me siento a la mesa, y escribo”.

 

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