Cantar a Teresita Fernández sin permiso

Ronda final.

Isbel Díaz Torres

HAVANA TIMES – Este domingo un grupo de jóvenes, sin convocatorias oficiales, permisos firmados, ni micrófonos para la TV, nos reunimos en la hermosa plaza de San Francisco de Asís, en la Habana Vieja, y a nuestro modo rendimos tributo a Teresita Fernández, la cantora de los niños cubanos.

Casi cien personas, enteradas por las más diversas vías, se dieron cita allí. La idea original fue lanzada en Facebook y otras redes sociales, sin demasiadas estrategias divulgativas. Algunos sin Internet (como yo), nos enteramos simplemente de boca de una buena amiga.

Gente buena y linda.

Lo cierto es que fue muy agradable.

Alguien llevó una pequeña laptop, y puso un documental sobre la artista, donde la trovadora, en iconoclasta pose de pies arriba en un sillón, decía sin barnices su propia historia.

Aquello me hizo recordarla en un encuentro hace unos pocos años, en el club Barbaram, frente al Zoo de 26, donde hizo las delicias de los presentes, entre chistes, anécdotas, canciones de adultos y otras infantiles (que los adultos reclamábamos con insistencia).

 

Todos cantamos a Teresita.

En aquel entonces, al pasar frente a mí y otros amigos que esperábamos para entrar, nos dijo en tono pedante: “¿Qué, vienen a ver a una personalidad de la cultura?”, inmediatamente cambió su máscara por su verdadero rostro de jodedora, y en una sonrisa sincera preguntó esta vez “¿Cómo me quedó la actuación?”, y todos reímos aliviados.

Así, en unos segundos, se convirtió en un ser familiar, con quién sabíamos era posible compartir el desdén por las poses almidonadas y correctas de los artistas del patio, demasiado ocupados en portarse bien para lograr una invitación a la TV nacional.

En el encuentro de este domingo cantamos a Teresita, hicimos (lo mejor que pudimos, torpes adultos que somos) una ronda gigantesca que abarcó casi toda la plaza.

Chicos y grandes.

Sin pretensiones de espectáculo ni gala mortuoria, con todos los baches imaginables, todas las desafinaciones posibles, toda la timidez de los atrevidos, fue un ejercicio de libertad, y de agradecimiento.

Imagino que Teresita, escondida en la azotea de algún palacete circundante, retorciendo su tabaco contra la nalga de una estatua de bronce “patrimonio de la humanidad”, se reía de nosotros, cada vez que confundíamos el orden de las estrofas de su canción “Lo feo”.

¡Bien por nosotros! Poco a poco nos vamos sacudiendo “la costra tenaz del coloniaje”, para usar una frase de Villena.

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