“Soy un hombre pacífico”

Isbel Díaz Torres

El arbolillo tenía las hojas dañadas y se sostenía gracias a una conspicua estaca roja.

Recientemente, en uno de mis recorridos por el Vedado, he descubierto a otro amante de la naturaleza.  Alberto, ya con los años pesándole sobre los hombros, se empeña en hacer florecer su humilde jardín.

Después de un buen chaparrón andaba yo por la esquina de 13 y M, cuando me detuve ante una pequeña planta de mango.  Sembrado en el parterre, el arbolillo tenía las hojas dañadas y se sostenía gracias a una conspicua estaca roja.  La limpieza y cuidado con que se habían procurado tales atenciones despertaron mi admiración.  ¿Quién sería la persona que así luchaba por la supervivencia de una mata de mango?

No tuve que esperar mucho.  Al instante, como fiel cuidador de su trabajo, un hombre de baja estatura se me acercó y se presentó por sí mismo.  Como todos los que nos sensibilizamos con la naturaleza, la empatía fue inmediata.  Alberto Muñoz me hizo la historia del mango, y me mostró el resto de su jardín.

No era un jardín de esos glamorosos, con exóticas orquídeas ni exquisitas begonias.  La cercanía a la costa impide lograr tales exuberancias.  Era un parche de tierra no muy fértil cultivado con cierta variedad de especies, donde las de interés estético eran las menos.

Además de la postura de mango, vi allí plantas de orégano, menta, calabaza, chaya y cañasanta.  Por supuesto, no faltaban las más tradicionales como la rosa, el marpacífico, el manto, los crotos, entre otras.

Era un parche de tierra no muy fértil cultivado con cierta variedad de especies.

El parterre ostentaba un par de viejas casuarinas ya secas.  La vecina de los altos había solicitado la poda de los esos árboles por miedo a que sirviera de escala para los ladrones.  La idea de sembrar algo en ese espacio nació entre nosotros, y esperamos concretarla en algún momento.

Siempre es reconfortante encontrar gente así, con la cabeza llena de sueños y luchando por realizarlos.  Lo más sorprendente fue cuando Alberto me confesó su profesión.  Resulta que el “jardinero” había sido deportista toda su vida.  En los Juegos Centroamericanos de 1962 asistió como parte del equipo cubano de lucha libre.  Allí obtuvo la medalla de bronce para Cuba.

Confieso que no soy amante de los deportes donde las personas se agreden mutuamente.  Ya con mi amigo Erasmo hemos conversado sobre la relación de las artes marciales y los principios de la No-Violencia.  Aún cuando, por lo pronto, no hemos llegado a un acuerdo, reconozco la potencialidad espiritual de tales prácticas.

No puedo dejar de reconocer entonces que sentí admiración por aquel hombre.  Para rematar, ante mi cara de quien no entiende bien, Alberto respondió de la manera más natural: “Soy un hombre pacífico.”

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