Un pedazo de madrugada habanera

Irina Pino

Foto: Isbel Díaz

HAVANA TIMES — Nunca antes había visitado el cabaret Las Vegas, mi único objetivo fue la de acompañar a un fotógrafo profesional que le interesa tomar fotos de artistas del espectáculo.

Al llegar, preguntamos si era posible, y el capitán nos dijo que podía hacer tres fotos como máximo. Por lo que decidimos esperar afuera hasta que permitieran el acceso al público. El show comienza a la una de la madrugada, hasta las cuatro, aunque desde las once ya se puede ocupar las mesas o sentarse en el bar.

La estrella principal de aquella noche era Imperio, travesti exuberante que usa vestidos de lentejuelas con escote, tacones y peluca. Dobla voces de cantantes femeninas, y también tiene sus invitados. Aunque lo más atractivo es lo que sucede con los personajes que se apostan afuera; esa noche había cuatro o cinco chicos veinteañeros con enormes músculos, que presumían de su rara naturaleza, incluso decían abiertamente que ellos se inyectaban sustancias para que los músculos lucieran inflados. Se la pasan hablando simplezas y exhibiéndose como mercancía lista para venderse. Estos jóvenes le sacan partido a su cuerpo, son putos y viven de lo que les dan los clientes que consiguen.

Dentro del local, decorado con feos arabescos negros en las paredes, incómodas sillas plásticas y mesas de metal, el ambiente se torna mucho más permisible. Acuden parejas de lesbianas, de gays, hay mujeres con vestidos cortos y apretados, y algunos extranjeros.

Los gays suelen bailar entre ellos sin ningún prejuicio, se saludan con un beso en la mejilla y conversan animadamente. Otros travestis se mueven con sensualidad y usan lesbianas de parejas.

En dos grandes pantallas de video beam –a un alto nivel de decibeles para los oídos–, se ponen videos musicales del peor gusto posible, con la correspondiente imagen de la mujer medio desnuda, como objeto sexual, donde se muestra siempre el mismo sello machista de los directores. Música monótona sin giros, que repite la misma estridencia vacía.

Al fin salió Imperio a escena, envuelto entre coloridas luces sicodélicas, y el fotógrafo aprovechó para hacer su trabajo. En el mismo momento se nos acercó uno de los hombres de la seguridad del cabaret y nos dijo que estaba prohibido hacer fotos artísticas (solo con celular), que eran órdenes de arriba.

En resumen, no pudimos hacer nada de lo previsto, el disgusto superó las expectativas. Salimos de aquel sitio, y observamos el panorama desolador: la Rampa era un mar de oscuridad con pequeñas luces en la lejanía.

Solo en la Fuente de 23 y malecón, se concentraba un grupo de gente que posiblemente se dedique a “hacer la calle”. De milagro encontramos un taxi particular, que nos llevó bordeando el malecón habanero.

La vida nocturna de ese pedazo de la ciudad, está signada por lo marginal. A esa misma hora, en décadas anteriores había iluminación, las personas llevaban los bolsillos limpios, y tenían algo de esperanza en la mirada.

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