Relaciones tóxicas

Por Irina Pino

HAVANA TIMES – Confiesa que cuando habla con él por teléfono se le moja el blúmer. Lena es una chica estadounidense que siente una fuerte atracción por un cubano.

Decidió residir en La Habana porque no soporta vivir en USA. Trabaja como profesora en una escuela particular.

Ha hecho algunos amigos en su barrio. Casualmente conoció a Pablo en el gimnasio, le pareció atractivo desde el principio, pero se ha dado cuenta de que solo la busca cuando tiene ganas de templar. No la ha invitado siquiera a un cine, sitio muy barato que cualquiera puede costear.

Es pescador y nunca le ha regalado un pescado para que se alimente. Le ha dicho que mantiene relaciones con otras mujeres y que no le gusta que lo controlen.

Cuando han salido a comer a restaurantes, ella paga la cuenta. El otro día le apretó la mano con fuerza y se sintió vulnerable con el gesto.  Ha pensado que puede llegar al extremo de golpearla. Cuando le da la gana la desprecia, en ocasiones le cuelga el celular y no le devuelve la llamada.

Cambió de corte de cabello y él se burló: “Pareces una lesbiana”. Aunque es otra orientación sexual, lo usó de modo ofensivo.

Hace 17 meses que tropieza con la misma piedra. Raya en lo ilógico aceptar un hecho que en realidad perjudica. Es evidente que mi amiga tiene una relación tóxica.

No entiende por qué no se enamora, siendo ella inteligente, atractiva, de cuerpo atlético, con temas variados de conversación. El tipo permanece ajeno a todas sus cualidades; además, no puede hablar de nada, pues a él no le gusta leer y nunca se ha interesado por tener el mínimo de cultura.

Nuestra víctima llama por teléfono a la madre del joven para pedirle consejo. Su progenitora le recomienda que lo use. ¿Qué vamos a esperar de una madre que habla así de su hijo?

Las mujeres son capaces de soportar vejaciones, maltratos físicos de parte de los hombres, cuando hay de por medio intereses sólidos, como una familia, una casa común, hijos, etc. Sin embargo, también las profesionales, las mujeres independientes caen en esos trances.

Lena me dice que necesita consultar a un psiquiatra para que la ayude. Lo veo bien, pero ella misma debe asumir que lo que le pasa es por su propia culpa, y si no elimina esa relación se tornará aún más dependiente.

Sostenemos largas pláticas a menudo, le conté que yo también padecí de una relación tóxica, soporté la misma posición en la que ella se encuentra ahora. Las veces que lo convencí de ir a un cine o teatro, lo hizo a regañadientes. Solo teníamos afinidad en el sexo.

Finalmente rompimos. Me hundí en la depresión, seguía aferrada a un amor que era solo el reflejo de lo que yo sentía, ya que no existía retroalimentación.

Tuve otras parejas, me acosté con otros tipos. Luego de un tiempo quise hacer la prueba de tener sexo con él por última vez. Fue un fracaso, hasta le cogí asco. Me había curado.

Le hablé sobre mi experiencia, aunque yo la nombro “estupidez”, porque desde la distancia y con la cabeza fría podemos analizar los errores del pasado.

La terapia individual es reconfortante, pero sin recurrir a los barbitúricos, un modo de engancharse a sustancias químicas.

Pienso que la solución es ahuyentar la energía negativa, hacer meditación, ejercicios físicos, trazar planes. Cambiar el entorno para conocer a personas diferentes.

El refranero popular es sabio en ese sentido: “Un clavo saca otro”. “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”.

Es fácil: amarse una misma y dejar que los demás lo hagan.