En La Habana Vieja y sin dinero

Irina Pino

Frank Fernández y Niurka González

HAVANA TIMES — Hace pocos días se realizó un concierto especial en la Basílica del Convento San Francisco de Asís, del pianista Frank Fernández y la flautista Niurka González, con obras del repertorio clásico de Mozart, Bach, Gluck y Tchaikosky, y aproveché para ir hasta el casco histórico y disfrutarlo, pues no siempre se presentan oportunidades como esta.

En el taxi, al momento de pagar, me percaté que no llevaba mi billetera con dinero y documentos, me alarmé y traté de excusarme con el chofer ya que no podía pagarle el viaje. El hombre comprendió, y ni siquiera llegamos a una situación enojosa, le expliqué que había olvidado la billetera en otra cartera. Solo atinó a decir: –está bien, eso le sucede a cualquiera–.

Eso me tranquilizó por unos minutos, pero la situación era preocupante: quería ver el concierto, pero no podía comprar el billete para entrar a la función, no tenía carné de identidad tampoco, a veces la policía pide a la gente que le muestre los documentos, y si nos los tienen, se los llevan y los retienen en la estación policial por unas horas. No sabía a qué atenerme.

Llamé a mi casa con mi celular y nadie contestó, luego comencé a recorrer las calles y pensar en lo que haría, quizás regresar sería la mejor opción, sin embargo, ¿cómo pagaría el regreso? Quizás el otro taxista no entendiera del estúpido accidente de la billetera olvidada.

De pronto recordé que un amigo tocaba con su grupo de música tradicional en el Café Paris de la calle Obispo, y fui a ver si lo veía. Casualmente estaba descansando para volver con la segunda tanda de canciones. Me saludó efusivamente y le conté lo que me pasaba. Enseguida me tomó la mano y me regaló 1 cuc. –Eso me ha pasado tres o cuatro veces, no eres la única.

Le di las gracias y un abrazo, después caminé por algunas calles para ver si alguien me cambiaba el cuc en moneda nacional, porque debía pagar la entrada en esa moneda. Recorrí muchos establecimientos donde se vende artesanía para preguntar, y nadie me quiso cambiar, alegaban que no tenían esa moneda, que solo vendían en cuc. Sus miradas denotaban extrañeza y desprecio. En ningunas de las tiendas y cafeterías donde entré me ayudaron.

Pensé que si yo fuera una indigente y estuviera pidiendo una moneda para comer un simple bocado, de igual modo la gente me daría la espalda, simplemente necesitaba ese dinero para pagar la función, no le estaba quitando nada a nadie.

Otra vez decidí probar y llamé a un amigo músico, lamentándome por no poder asistir a tan importante concierto, se echó a reír y me dijo que llamaría a Frank a su casa. Al cabo de un rato, me llamó diciéndome que la esposa de él estaba en la puerta ayudando a entrar a los invitados. La señora amablemente me tomó del brazo y me condujo al interior del recinto.

Dentro, en la semipenumbra, había un hormigueo de voces, aquello estaba lleno total, la gente expectante. A los diez minutos comenzaron los acordes del piano y la flauta, se escuchaba una sonata de Bach y yo estaba sentada en un asiento privilegiado, cerca del escenario y con una acústica estupenda. A veces los milagros ocurren.

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