En el Rex Cinema

Irina Pino

Rex Cinema

HAVANA TIMES — El deplorable estado del Rex Cinema, en el Bulevar de San Rafael, no me impide ver aquel cine y lo que fue en el pasado, con asientos súper cómodos y excelente climatización. Ahora se pudre irremediablemente, quizás lo compre algún extranjero con plata y lo remodele. Lástima sería que lo convirtieran en otra cosa. Actualmente, ir al cine es sufrir calor, pues al poco rato de empezar una función quitan el aire acondicionado.

El cine se equipara con las memorias de tres amigos: Marcos, Ana María y yo, cuando solíamos frecuentarlo. Aún veo las imágenes de cuando nos fugábamos de la secundaria, por dos turnos de Matemáticas seguidos.Odiábamos la asignatura como el “Diablo a la cruz”.

Así que, inventábamos algo para alejarnos del grupo y salíamos por la reja de atrás, donde estaba la biblioteca. Subir, brincar la cerca, era cosa de un segundo. La Avenida de los Presidentes se veía mejor entonces, más fresca y sin estatuas.

Las excursiones, la mayoría de las veces, excluían al Vedado, para evitar encuentros desagradables con personas conocidas. Y con el dinero suficiente, del que nos daban nuestros padres, cogíamos una guagua hasta Centro Habana, e íbamos a merendar a la cafetería América, ricos dulces, jugos y yogures de fruta. Más tarde,  dábamos un paseo por el Bulevar de San Rafael, donde terminábamos viendo funciones en el Rex Cinema, que abría temprano.

En la sala medio vacía, mis amigos, que estaban de novios, se besaban y hacían sus primeras incursiones sexuales, se masturbaban uno al otro mientras ponían el Tulipán Negro, con Alain Delón o los Vikingos, con Tony Curtis y Kirk Douglas. Ajenos a la trama, se centraban en darse mutuo placer.

Yo me sentaba sola, alejada de la fila donde estaban ellos, y miraba la película con interés, ya por aquella época me sentía cinéfila; por momentos, interferían en mi disfrute, con sus expresiones y gritos ahogados, pero conseguía abstraerme.

En una de esas escapadas, Ana María no fue, estaba enferma en su casa con un virus, por lo que, solo estábamos nosotros dos, y aunque no teníamos muchas ganas de entrar al cine, lo hicimos, porque pasaban Indiana Jones y el Templo de la Perdición, que aún no habíamos visto.

Nos sentamos juntos y apenas nos dirigimos la palabra. A mitad del largo metraje, se acercó para hablarme al oído –la oscuridad propicia cualquier confesión–, y estas fueron sus palabras: cuando Ana me toca, pienso en ti y me vengo rápido.

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