El sexo en las posadas cubanas

Irina Pino

Photo: Sandie Butler

HAVANA TIMES — Tener sexo en el lugar adecuado es lo ideal, por supuesto, aunque allá por los años 80 las opciones escaseaban, como escribí en un diario anterior, se hacía en disímiles lugares, como azoteas, escalera.

Sin embargo, los verdaderos sitios destinados para esa placentera actividad se nombraban “posadas”, donde se alquilaba una habitación por hora. Si no recuerdo mal, creo que costaba más de 2 pesos la hora, pero la ínfima suma significaba dinero, cuando solo existía la moneda nacional, y el dólar estaba prohibido.

Esas edificaciones tenían muchos cuartos, las parejas llegaban y marcaban en la cola; las había discretas, que poseían entradas poco llamativas, rodeada de muros, con arboledas; ahora recuerdo la de 11 y 24, inmediata al Puente de Hierro, actualmente vivienda transitoria para familias que por algún hecho en particular se quedaron sin inmuebles propios.

La mayoría se hallaban en malas condiciones, cuartuchos con baños sin agua corriente, donde religiosamente se ponían dos botellas de cristal llenas de agua, en el piso, al lado de la taza, para que la mujer se aseara, porque apenas alcanzaba para los dos. Y para qué hablar de la ropa de cama, repleta de manchas amarillentas, cual un mapa de historias de sexo, las paredes garabateadas con los nombres de los que pasaban por allí y querían dejar constancia de su acto de amor o de imperioso deseo. Tampoco las puertas tenían un máximo de seguridad, no cerraban bien, y un detalle jocoso: a veces podías hallar pequeños agujeros si te fijabas. La bebida era mala, y los tragos aguados.

Faltaba privacidad, desde las habitaciones contiguas se escuchaban gritos, palabras obscenas, gemidos de otras parejas que tenían sexo en ese mismo instante. Algunos llevaban su radio o grabadora para amenizar, y refrigerios si iban a permanecer por varias horas.

Se dieron casos de matrimonios que se encontraban, cada cual con su pareja de engaño o un esposo que atrapaba a su esposa con el amante o viceversa; así sucedieron hechos de sangre, escándalos y cómicas anécdotas.

Conociendo que esos sitios se hallaban en precarias condiciones, antes de salir de mi casa, tomaba la precaución de echar una sábana en la cartera, porque sentía asco y no me gustaba acostarme en una cama de dudosa higiene, y otra cosa: jamás me sentaba en la taza del baño.

Mi novio, que trabajaba de pistero en una gasolinera, siempre tenía dinero, por lo que evadíamos hacer largas colas: le entregaba un dinerito al empleado de turno, y rápidamente conseguíamos un cuarto.

Pero ese novio no me duró tanto, entonces cuando fui con otros de menos recursos tuve que lidiar con la terrible cola, no quedaba más remedio si es que quería tener sexo ¿privado?

Una sola vez visité una posada que asemejaba un motel: habitación climatizada, paredes pintadas de un color agradable, sábanas inmaculadas, y buenas bebidas. Estaba bastante lejos de la ciudad, y generalmente las personas iban en auto. Ironía del destino: aquel hombre no me gustó ni un poquito.

Las posadas pasaron a la historia cuando empezó el Período Especial, ahora hay que pagar como mínimo 5 CUC la hora para tener sexo.

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